19 sept 2009

QUIERO A MI BATIDORA I

Introducción colonoscópica.    
   
Pocas veces se plantea uno las cosas en serio, pocas, muy pocas. Definitivamente, los seres humanos, somos un animal de costumbres acostumbrado a la repetición monótona, irredenta y decadente de las cosas. Y, para más colmo, unos somos mucho más animales que otros, nos digan lo que nos digan las protectoras de animales, amnistía internacional o UNICEF, lo sabemos de sobra. Y el que tenga conocimiento que entienda.
A los seres humanos nos encanta decir lo que tenemos y cuánto nos ha costado, nos gusta fardar de nuestros logros hasta caer en el más absoluto de los ridículos. Fardamos de lo mucho que nos ha costado el coche, o del buen precio que hemos conseguido por él, inclusos queremos creernos que hemos robado al vendedor. Fardamos de lo legales que somos y de lo bien que nos gusta hacer las cosas, de lo rápido que arreglaríamos los problemas si fuéramos los dirigentes del país. Y también hacemos lo propio cuando nos saltamos un STOP, o defraudamos a hacienda, cuando hacemos las cosas mal a sabiendas de que la estamos pifiando. Somos capaces de acciones dignas de un santo y de un criminal de guerra, y es que muchas veces ambos están irresolublemente indiferenciados. Y en este tira y afloja con nuestra penosa pseudo-condición humana es donde hacen su agosto todos los que, de forma inteligente y fría, se han dado cuenta de que al fin y al cabo, todos comemos y cagamos, disponiendo estas dos acciones en el orden y cantidad que cada cual, con sus esfínteres, considere más conveniente.
Así gira y gira la rueda de la vida llevándose por delante a todos. Listas y tontos, negros o blancas, putos o banqueras. Claro, a todos los que tenemos algo que llevarnos a la boca todos los días y podemos ir a malgastar nuestro tiempo y nuestra vida en absurdas compras superfluas y divertimentos para occidentales ociosos ajenos y despreocupados de la gran bola de mierda que tiene que digerir la inmensa mayoría de habitantes de este desequilibrado planeta tierra. Respira. Hay dos mundos, ya lo sabes, dos mundos totalmente opuestos, Uno, el mayoritario, lleno de gente conciente de su situación, que saben que no tienen más salida que las que sus propias uñas y dientes puedan conseguir. Ese mundo es cruel, duro y carente de sensibilidad y benevolencia hacia la vida o la muerte, pero absolutamente verdadero, claro y distinto, lleno de gente que lucha por superar y tragar esa inmensa cuota de hez que le ha tocado tragar por nacer, simplemente, donde ha nacido. ¿Acaso podemos estar orgullosos del sitio dónde hemos nacido? ¿Hemos tenido alguna capacidad de decisión para elegir nacer en Los Molares, en Jambes o en Sebastopol como para vanagloriarnos de este hecho fortuito, accidental y no deseado? ¿Entonces a qué tanto fanatismo, tanto papanatismo patriótico, tanto nacionalismo de pacotilla estúpido y cateto?. Existen pues dos mundos diametralmente opuestos. Uno ya lo hemos definido, ya le hemos pinchado la banderita y lo señalamos con el temeroso dedo acusador. Y hay otro. El otro es en el que vivimos y en el que moriremos tú y yo si las cosas no deciden cambiar, pero eso también lo sabías.
Lo más triste y patético de nuestro ser en sí es que todos, los de uno y otro mundo, somos sapientes que los del primero mataría a su madre, si fuera necesario, para optar al nuestro... y nosotros mataríamos y matamos una y otra vez también a esa misma madre para que nunca naciera ni nazca ese que quiere venir a morir de viejo junto a nosotros. Y en esta suerte de disparate nos ha tocado vivir y morir una y otra vez.
Ahora hablemos de mi batidora.