19 nov 2012

QUIERO A MI BATIDORA 3.0



Educación y formación.
Es muy corriente que la palabra educación campe a sus anchas por el imaginario colectivo de todos más de un par de veces al día en los más sensibilizados con la causa, y algunas menos en los más impermeables. Pero siempre encontramos la ocasión para maldecir a alguien  recordándole su mala educación, lo mal que nos va por culpa de la falta de buenas políticas de educación y por lo muy estúpidos que son todos los nuevos inquilinos de la Moncloa que a su llegada, junto con los muebles y el colchón, nunca se olvidan de cambiar la anterior ley educativa para joder, ¡y no sabe cómo! A los que se fueron y, por supuesto, a los que vendrán.
Pero hay algunos aspectos de esta palabra que no son bien entendidos y que tienden a causar confusión. Si los aclaramos lo mismo empezamos a cambiar un poco las cosas. Ya verán.
Cuando maldecimos al político por el cambio, o la debacle manifiesta, de las leyes educativas, lo que en realidad maldecimos es el incidencia de estas leyes en la mala, o pésima, formación académica del alumno. Esto es, lo mal preparado que saldrá y lo poco competitivo que será contra otros modelos de formación de otros países, o incluso otras comunidades autónomas. Y ahora es cuando todos asentimos con la cabeza y decimos… “Pero qué me dices Vico de lo mal que se portan los alumnos, de la falta de respeto al profesor, del acoso escolar… ¡esto no pasaba antes!” Es fácil decir cosas así y señalar con el dedo al otro, al político, a las APAS o AMPAS, a los profesores que sólo quieren ser funcionarios y les importa un pimiento la docencia… Y claro que todo afecta al producto final que no es más que nuestros jóvenes o, mejor dicho, los adultos del mañana.
Pero –y he aquí el punto de inflexión- el mal comportamiento de algunos jóvenes, algunos digo, y bien localizados que no todos son El Vaquilla, o los problemas relacionados con el acoso escolar a alumnos y docentes, todos estos problemas que de vez en cuando, como un grano enorme, revientan en las contraportadas periódicos con estadísticas apestosas, no son problemas de formación. Son problemas de educación, y esto, le moleste a quien le moleste, no se da en las escuelas, esto viene de casa, como el bocadillo de mortadela en papel de plata que le pone la madre a su hijo para el recreo.
Por mucho que los sufridos padres se molesten en llevar a sus hijos a los mejores colegios y academias, si cuando llegan al centro comercial aparcan en la plaza de minusválidos sus hijos harán igual, si tiran los papeles al suelo ellos harán igual, si ridiculizan al que tiene menos que ellos; igual, si solo se molestan en aparentar; lo mismo, si no leen ellos tampoco, si no dejan de ver la televisión ellos no lo harán, si no dialogan y dan cariño a sus hijos estos serán unos siesos energúmenos con los demás, si los padres se emborrachan delante de los hijos cómo esperas que ellos crean que eso está mal, si los padres no se han preocupado por ser mejores personas como quieren que sus hijos sean mejores que ellos. ¿Estamos tontos o qué? La educación no es un proceso espontáneo donde el niño sale bueno o malo, cabrón o buena gente, o la hija una golfa o una niña bien, lista o tonta, esa es la excusa que nos buscamos para no afrontar nuestro fracaso como padres, como educadores de nuestros hijos, y nos lamentamos de los maestros, los políticos y los niños de los demás. Todos somos responsables sí, pero unos más que otros, que no se nos olvide nunca.

4 nov 2012

QUIERO A MI BATIDORA 3.0



Almas de cortijero.


Nací hace algo más de treinta y seis años en un pueblo industrial de Bélgica. Yo no nací en España como la mayoría de los, y las,  que ahora me pueden estar leyendo. Yo descubrí Sevilla en el año ochenta y dos cuando los mundiales de futbol, aunque ese no fue el motivo real de mi llegada. Vine en ese año porque cumplía los seis y mis padres querían que comenzara la EGB en España con los míos. Pues mis padres, como otros muchos miles, fueron de aquellos que tuvieron que salir corriendo para quitarse el hambre de encima.
Yo nunca fui belga. Siempre fui el pequeño español y una vez aquí, durante algún tiempo, fui el belga. Porque el hijo de la inmigración es hijo de sus padres, pero no forzosamente de allí donde nace, o donde lo llevan.
Soy hijo de una tradición milenaria de la especie humana. Hijo de aquellas personas que entendieron que ante grandes males, grandes remedios. Pero que ningún imbécil piense que irte de  allí donde vives y abandonar todo lo que conoces es un plato de buen gusto, habrá para los que sí, pero no son, ni de lejos, una muestra significativa. Sin el azote de la necesidad el ser humano no habría salido jamás de las sabanas africanas primigenias, allí donde aseguran los prehistoriadores que aparecieron los primeros homínidos. Sin el acicate del hambre, de la desesperación y del luchar por el futuro de nuestros hijos el animal humano no habría atravesado tundras heladas, océanos desconocidos, ni se habría mestizado, no habría evolucionado como la especie diversa y rica que ahora somos, aunque haya muchos cretinos que reivindiquen aún la pureza de su raza… ¿Acaso son Neardenthales o extraterrestres? ¡Gilipollas es lo que son todos sin duda!
Pero el mayor dolor del que se tiene que ir no es el hecho de la partida en sí, eso puede ser ilusionante. El sufrimiento es saber que te vas por la estupidez de otros. Saber que eres el chivo expiatorio de la avaricia de un grupo de privilegiados que jamás sabrá de tu existencia y que, desengáñate, no le importas nada en absoluto. Irte así es irte porque te echan, y eso es sentirte traicionado, sentirte prescindible, sentirte poco más o menos que un juguete roto y utilizado.
A más de diez millones de personas  (y si la cifra no te gusta invéntate tú la que te dé la gana) de este país se le ha pasado ya por la cabeza la posibilidad real de hacer las maletas y largarse. Un millón de universitarios titulados de entre veinte y tres y cuarenta años están en paro en este gran lodazal de la desesperación que es España, y esta cifra sí que no la puedes maquillar.
Y los cerebros se irán, los hijos de la democracia más inteligente, aquellos a los que sus padres los incentivó a seguir estudiando, a sacrificarse, se irán. Y España se quedará babeando como un desdichado enfermo de parálisis cerebral, porque eso será España dentro de pocos años. Aquí quedarán los que nada pueden conseguir fuera, ¿y qué harán dentro? ¿Cómo podrán levantar un país que lo que realmente necesita es inteligencia, investigación, desarrollo…?
¿A nadie le apena esto? ¿Ningún político se ha dado cuenta de lo que está pasando? ¿Acaso estoy equivocado? ¿O es que vuestras almas de cortijero no os permiten ver una realidad ya insostenible? Cortijeros vestidos de mercadillo, cortijeros descerebrados, cortijeros de sopa de sobre y chaqueta cruzada en Semana Santa, de pendientes de plástico en Feria, de boto del Carrefour en el Rocío… pero cortijeros… recordad “El mañana efímero”.

QUIERO A MI BATIDORA 3.0



Nada ha cambiado.
Hace casi un par de meses partí de viaje a tierras de ultramar allende la vieja Nueva España a impartir una serie de conferencias sobre ética de la responsabilidad, el sentido de la confianza entre los seres humanos y como este es tan consustancial a nosotros como el respirar y sobre la necesidad imperiosa de revitalizar el arcaico sentido de clan allí donde pudiéramos para poder atajar problemas como el narco, la corrupción policial, el fracaso escolar o la tiranía de los políticos corruptos. Y he vuelto con el zurrón lleno de planes de vuelta, con mil trabajos a contra reloj para hacer, con compromisos inestimables y con más ganas aún de comerme una tostada con aceite, tomate y jamón en la plaza del Altozano.
Y nada ha cambiado. En algún momento me imaginé que asaltarían el congreso de los diputados, que pintarían los leones de bronce con narices de payaso y que se disolvería el gobierno, se plantearía una reforma constitucional, se plantaría cara a Merkel recordándole que la sartén la tenemos nosotros por el mango y que si no pagamos a sus bancos las deudas, que tan caras nos están saliendo, estos se irán al carajo. Que en España un voto equivaldría a un ciudadano, y que sólo si nos sale de las narices mantendríamos al rey y todo su cohorte de vividores, aunque fuese sólo por mantener la corona en el escudo de la selección de fútbol.
Imaginé a los parados a los que en diciembre les quitarán la ayuda familiar asaltando en masa los grandes supermercados y llevándose ante los medios de comunicación los cartones de leche, el aceite, el azúcar, el pan y la sal, y de paso una caja de langostinos congelados y una paletilla de ibérico, que ya están encima las navidades y este año las vamos a pasar canutas todos.
Imagine también a Rubalcaba, Rajoy, Esperanza Aguirre y todos los demás sinvergüenzas de este país que se llaman a sí mismos políticos siendo insultados en la cola del paro. Y que después de meter tantos millones públicos para impedir la quiebra de la banca privada se habían prohibido los desahucios de las familias jodidas y sus deudas habían pasado a un fondo de ayuda público que las gestionaría de forma más civilizada y conciliadora… Imaginé que los sindicatos predicaban con el ejemplo y que si pedían una subida de salario para todos empezarían por aportar sus propios fondos para ayudar a los trabajadores antes que a ellos mismos.
Y  tras tanto imaginar me entero que Esperanza Aguirre había dimitido y casi me da un vuelco al corazón. Sería posible, ¿algo estaba cambiando? Pero después me enteré que la dimisión coincidía con el cierre del trato de Eurovegas, y como soy mal pensado me acordé de Góngora y su “Ande yo caliente ríase la gente” o de su archienemigo Quevedo y su “Poderoso caballero es Don Dinero”… Porque nada ha cambiado! Porque en Galicia el PP aumentó su mayoría absoluta, porque el informe PISA nos deja para hacer trapillos de afilador, porque el emperador chino de la extorsión no pudo amasar esa fortuna solo a costa del cacharro de Vidal y mucho altos cargos deben de estar pringados aunque no nos enteremos jamás, porque con no ir la hija del rey al desfile está todo solucionado, porque mientras no falte jamón a nuestras tostadas lo aguantamos todo, lo tragamos todo, lo permitimos todo y nos la meten a todos con singular alegría.
El 14 de noviembre habrá huelga general, y sonaran tamborcitos y tiraremos confetis… y pronto no habrá pan donde poner tanto jamón chino.