Educación y formación.
Es muy
corriente que la palabra educación campe a sus anchas por el imaginario
colectivo de todos más de un par de veces al día en los más sensibilizados con
la causa, y algunas menos en los más impermeables. Pero siempre encontramos la
ocasión para maldecir a alguien
recordándole su mala educación, lo mal que nos va por culpa de la falta
de buenas políticas de educación y por lo muy estúpidos que son todos los
nuevos inquilinos de la Moncloa que a su llegada, junto con los muebles y el
colchón, nunca se olvidan de cambiar la anterior ley educativa para joder, ¡y
no sabe cómo! A los que se fueron y, por supuesto, a los que vendrán.
Pero
hay algunos aspectos de esta palabra que no son bien entendidos y que tienden a
causar confusión. Si los aclaramos lo mismo empezamos a cambiar un poco las
cosas. Ya verán.
Cuando
maldecimos al político por el cambio, o la debacle manifiesta, de las leyes
educativas, lo que en realidad maldecimos es el incidencia de estas leyes en la
mala, o pésima, formación académica del alumno. Esto es, lo mal preparado que
saldrá y lo poco competitivo que será contra otros modelos de formación de
otros países, o incluso otras comunidades autónomas. Y ahora es cuando todos
asentimos con la cabeza y decimos… “Pero
qué me dices Vico de lo mal que se portan los alumnos, de la falta de respeto
al profesor, del acoso escolar… ¡esto no pasaba antes!” Es fácil decir
cosas así y señalar con el dedo al otro, al político, a las APAS o AMPAS, a los
profesores que sólo quieren ser funcionarios y les importa un pimiento la
docencia… Y claro que todo afecta al producto final que no es más que nuestros
jóvenes o, mejor dicho, los adultos del mañana.
Pero –y
he aquí el punto de inflexión- el mal comportamiento de algunos jóvenes,
algunos digo, y bien localizados que no todos son El Vaquilla, o los problemas
relacionados con el acoso escolar a alumnos y docentes, todos estos problemas
que de vez en cuando, como un grano enorme, revientan en las contraportadas
periódicos con estadísticas apestosas, no son problemas de formación. Son
problemas de educación, y esto, le moleste a quien le moleste, no se da en las
escuelas, esto viene de casa, como el bocadillo de mortadela en papel de plata
que le pone la madre a su hijo para el recreo.
Por
mucho que los sufridos padres se molesten en llevar a sus hijos a los mejores
colegios y academias, si cuando llegan al centro comercial aparcan en la plaza
de minusválidos sus hijos harán igual, si tiran los papeles al suelo ellos
harán igual, si ridiculizan al que tiene menos que ellos; igual, si solo se
molestan en aparentar; lo mismo, si no leen ellos tampoco, si no dejan de ver la
televisión ellos no lo harán, si no dialogan y dan cariño a sus hijos estos serán
unos siesos energúmenos con los demás, si los padres se emborrachan delante de
los hijos cómo esperas que ellos crean que eso está mal, si los padres no se
han preocupado por ser mejores personas como quieren que sus hijos sean mejores
que ellos. ¿Estamos tontos o qué? La educación no es un proceso espontáneo
donde el niño sale bueno o malo, cabrón o buena gente, o la hija una golfa o
una niña bien, lista o tonta, esa es la excusa que nos buscamos para no
afrontar nuestro fracaso como padres, como educadores de nuestros hijos, y nos
lamentamos de los maestros, los políticos y los niños de los demás. Todos somos
responsables sí, pero unos más que otros, que no se nos olvide nunca.
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