3 dic 2012

QUIERO A MI BATIDORA 3.0



Al mal tiempo... ¡abrígate!

Cuentan los optimistas que es en tiempos duros de crisis y cambios, de estrecheces y necesidades, cuando los ingenios se afilan y se agudizan los resortes de la mente para encontrar la cuadratura del círculo. Es entonces cuando hasta los tontos hacen relojes con patatas y se rebusca, entre las telarañas de la memoria, cómo hacer un buen guiso con poco más de una pastilla de consomé y un pescuezo de pollo.
Los que saben de historia y literatura sacarán a los ingenios españoles, como conejos de una chistera, como criterios de autoridad que corrobore esta tesis tan oportuna. Es cierto, no podemos negarlo, el hambre le saca punta al lápiz de la inteligencia para conseguir comer caliente, encontrar un catre seco en el que dormir, o alguna moneda de cobre con la que conseguir algo de vino aguado… ¿Pero a qué precio? La picaresca fue el paso a delante de la cultura española para quitarse el hambre a guantazos, el Lazarillo, el Buscón de Quevedo, el Guzmán de Alfareche de Mateo Alemán o Rinconete y Cortadillo de Cervantes son, sin duda, alguno de los nombres que nos restregarán por las narices los optimistas. Pero estos personajes no fueron más que el reflejo dulcificado de una época pretérita y olvidada que poco o nada tiene que ver con el día que hoy, tú y yo vivimos. Una época en la que mentir abiertamente y desairar, como hacen nuestros políticos hoy, era motivo más que sobrado para rajarle la barriga a cualquiera, en cualquier esquina, de cualquier ciudad y villa de nuestra geografía. Una época en el que el banquero era un judío vilipendiado y repudiado, tachado de usurero y al que con suma facilidad podían dejar seco a estacazos tanto acreedores como deudores. Una época donde sólo la fe podía salvarnos del infierno, y si la empujábamos con alguna moneda al clero, podían conseguirnos un buen adosado cerca de algún santo en el paraíso. La época en la que se recordaba la máxima olvidada de donde caben dos caben tres, y a golpe de agua se bendecían las sopas y los guisos para regocijo del familiar hambriento.
Hoy faltan aquellos valientes que no tenían nada que perder, porque nada tenían, o si tenían conocían su justo valor y sabían que poco valía en verdad. Así, ligero de equipaje, es como realmente se aguzan los colmillos de la inteligencia. ¿Pero quién camina hoy libre, quien no siente el peso de cualquier carga por liviana que esta sea? Estamos aplastados por nuestras deudas, nuestras familias, nuestros amigos, el qué dirán, nuestra cultura y, lo peor de todo, nuestros propios pensamientos castrantes que no nos permiten ver más allá de nuestras narices.
No somos esclavos de ninguna crisis, somos siervos de nuestro pensamiento que nos hace ver ligaduras, muros y alambradas, donde no las hay. Estamos tan condicionados por nosotros, el sistema y un centenar de estupideces más que nos cagamos de miedo sólo con pensar no poder desayunar más una tostada con jamón, aceite y tomate. Se nos corta el cuerpo al imaginar no ser los dueños del mando a distancia de la televisión, de no tener 3G en el móvil, de que otros vayan a la feria y nosotros no, de no pasar más veranos en Matalascañas, Mazagón o Conil, porque nuestros padres así nos lo enseñaron, porque así son las cosas y hay que resignarse o morir en el intento. Callar y rogar, rogar y esperar, esperar y sufrir, sufrir y desesperar, desesperar y callar de nuevo, eso sí: ¡Que no nos falte de na!

1 comentario:

Félix dijo...

Sabias palabras y agudas reflexiones, querido amigo. Como siempre un placer leerte.

Un abrazo