Al mal
tiempo... ¡abrígate!
Cuentan
los optimistas que es en tiempos duros de crisis y cambios, de estrecheces y
necesidades, cuando los ingenios se afilan y se agudizan los resortes de la
mente para encontrar la cuadratura del círculo. Es entonces cuando hasta los
tontos hacen relojes con patatas y se rebusca, entre las telarañas de la
memoria, cómo hacer un buen guiso con poco más de una pastilla de consomé y un
pescuezo de pollo.
Los que
saben de historia y literatura sacarán a los ingenios españoles, como conejos
de una chistera, como criterios de autoridad que corrobore esta tesis tan
oportuna. Es cierto, no podemos negarlo, el hambre le saca punta al lápiz de la
inteligencia para conseguir comer caliente, encontrar un catre seco en el que
dormir, o alguna moneda de cobre con la que conseguir algo de vino aguado…
¿Pero a qué precio? La picaresca fue el paso a delante de la cultura española
para quitarse el hambre a guantazos, el Lazarillo, el Buscón de Quevedo, el
Guzmán de Alfareche de Mateo Alemán o Rinconete y Cortadillo de Cervantes son,
sin duda, alguno de los nombres que nos restregarán por las narices los
optimistas. Pero estos personajes no fueron más que el reflejo dulcificado de
una época pretérita y olvidada que poco o nada tiene que ver con el día que
hoy, tú y yo vivimos. Una época en la que mentir abiertamente y desairar, como
hacen nuestros políticos hoy, era motivo más que sobrado para rajarle la
barriga a cualquiera, en cualquier esquina, de cualquier ciudad y villa de
nuestra geografía. Una época en el que el banquero era un judío vilipendiado y
repudiado, tachado de usurero y al que con suma facilidad podían dejar seco a
estacazos tanto acreedores como deudores. Una época donde sólo la fe podía
salvarnos del infierno, y si la empujábamos con alguna moneda al clero, podían
conseguirnos un buen adosado cerca de algún santo en el paraíso. La época en la
que se recordaba la máxima olvidada de donde caben dos caben tres, y a golpe de
agua se bendecían las sopas y los guisos para regocijo del familiar hambriento.
Hoy
faltan aquellos valientes que no tenían nada que perder, porque nada tenían, o
si tenían conocían su justo valor y sabían que poco valía en verdad. Así,
ligero de equipaje, es como realmente se aguzan los colmillos de la
inteligencia. ¿Pero quién camina hoy libre, quien no siente el peso de
cualquier carga por liviana que esta sea? Estamos aplastados por nuestras
deudas, nuestras familias, nuestros amigos, el qué dirán, nuestra cultura y, lo
peor de todo, nuestros propios pensamientos castrantes que no nos permiten ver
más allá de nuestras narices.
No
somos esclavos de ninguna crisis, somos siervos de nuestro pensamiento que nos
hace ver ligaduras, muros y alambradas, donde no las hay. Estamos tan
condicionados por nosotros, el sistema y un centenar de estupideces más que nos
cagamos de miedo sólo con pensar no poder desayunar más una tostada con jamón,
aceite y tomate. Se nos corta el cuerpo al imaginar no ser los dueños del mando
a distancia de la televisión, de no tener 3G en el móvil, de que otros vayan a
la feria y nosotros no, de no pasar más veranos en Matalascañas, Mazagón o
Conil, porque nuestros padres así nos lo enseñaron, porque así son las cosas y
hay que resignarse o morir en el intento. Callar y rogar, rogar y esperar,
esperar y sufrir, sufrir y desesperar, desesperar y callar de nuevo, eso sí:
¡Que no nos falte de na!
1 comentario:
Sabias palabras y agudas reflexiones, querido amigo. Como siempre un placer leerte.
Un abrazo
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