En 1972: Se realizó la primera demostración pública de ARPANET, una nueva red de comunicaciones financiada por la DARPA (Defense Advanced Research Projects Agency) que funcionaba de forma distribuida sobre la red telefónica conmutada. El éxito de ésta nueva arquitectura sirvió para que, en 1973, la DARPA iniciara un programa de investigación sobre posibles técnicas para interconectar redes (orientadas al tráfico de paquetes) de distintas clases.
Para este fin, desarrollaron nuevos protocolos de comunicaciones que permitiesen este intercambio de información de forma "transparente" para las computadoras conectadas. De la filosofía del proyecto surgió el nombre de "Internet", que se aplicó al sistema de redes interconectadas mediante los protocolos TCP e IP.
INTRODUCCIÓN
Internet nació de la
necesidad de comunicación entre computadoras para ahorrar costes de duplicidad
de equipos en el ámbito de la investigación informática profesional, en un principio,
entre determinados colectivos separados geográficamente. De aquí dio el salto
inmediatamente al ámbito de la comunicación personal y lúdica de la mano del
desarrollo de más y más tecnologías on-line que fueron enriqueciendo y
aumentando el grueso del mundo digital. Paradójicamente el uso de los primeros
correos electrónicos ya se había desarrollado en 1961 aunque la “@” no se
empezara a utilizar hasta 1971.
Pero el ser humano no
evoluciona con la rapidez que lo hace el mundo virtual. El ser humano tiene la
misma estructura y composición biológica y cerebral desde hace doscientos mil años,
como bien nos recordaría el filósofo José Antonio Marina. Esto es, somos,
básicamente, hombres de las cavernas con computadoras y smartphones de última
generación; pero trogloditas al fin y al cabo.
Y como hombres primitivos
que somos, seguimos rigiendo nuestra conducta, sin ser conscientes de ello en
la mayoría de la ocasiones, por una serie de canales y necesidades que no han
cambiado mucho en los últimos milenios. ¿Cómo afectará este particular al modo
de uso de las redes sociales, tan artificiales a nuestra anatomía cerebral como
un tercer brazo? ¿Habremos desarrollado las habilidades suficientes para hacer
uso de las mismas sin riesgo? ¿O son estas nuevas herramientas las que nos
están obligando a cambiar? y si esto así ¿lo conseguiremos? ¿O la ilusión de la
comunicación universal esconde intereses que desconocemos, o no queremos darnos
cuenta? ¿Es el mundo virtual un correlato del mundo real y físico?
Muchísimas son las dudas que
pueblan este nuevo mundo virtual, pero no queramos ver en estas dudas un
ejemplo arquetípico de misoneísmo. El miedo a lo nuevo no debe ser el motor de
esta reflexión, sino la duda razonable y metódica que nos invite a saber
exactamente a qué nos enfrentamos. Constantemente hacemos uso de las novedades
tecnológicas sin saber cómo funcionan en sí. Encendemos la luz sin saber a
ciencia cierta cómo funciona el flujo de electricidad que recorre el cable de
cobre hasta la bombilla, y aceptamos simplemente que funciona y nada más. Allí
donde antes dirían magia nosotros sabemos que es ciencia, aunque no sepamos
explicarlo. ¿Pero, y si en el invento de las redes sociales hubiera en juego
otros factores que se nos escaparan de las manos, no sólo desde un punto de
vista tecnológico? ¿Y si hubiera
un trasfondo psicológico, o antropológico, que debiéramos conocer claramente y
que estamos pasando por alto?
¿QUÉ PUEDE
APORTARNOS UN PENSAMIENTO AUTÓNOMO Y CRÍTICO RESPECTO A LAS REDES SOCIALES?
Intentemos acercarnos a
nuestro objetivo desde una metodología sencilla pero eficaz. La pregunta y la
duda, el pensamiento crítico que no deja al azar, o a lo dado por hecho, el
actuar libremente. Pensar que las cosas son porque son, porque siempre han
sido, o porque alguien nos dijo que se enteró que eran así, es la mejor manera
para seguir pensando que la Tierra es plana y que tras la línea del horizonte
habitan monstruos arcanos que devoran a los marineros que osan adentrarse en
esas negras y frías aguas.
Si como “animales humanos”
no nos situamos en el pensamiento crítico y autónomo; del binomio sólo nos
corresponderá lucir para nuestra vergüenza el sustantivo “animales”. Desde hace
200.000 años el ser humano se ha esforzado en aportar soluciones a sus dudas y
miedos. Primero desde la interpretación de la naturaleza como un elemento vivo
y mágico cargado de fuerzas desconocidas. Posteriormente desde la creación de
mitos dependientes de entidades a las que se dotó de poderes, aún teniendo
aspecto de hombres y todas sus debilidades de carácter. Posteriormente
reduciendo todos estos dioses a uno sólo omnipotente, omnipresente y
omnisciente en la cultura occidental. Y finalmente, y tras 2500 años de
desarrollo del pensamiento filosófico-científico, lo que para Newton era la
Filosofía Natural, el “animal humano” descubrió que con su sola razón, la
observación, y la experimentación, podía deshacerse del pensamiento mítico que
durante 200.000 años lo acompañó para poder interpretar la naturaleza y, ahora
sí, modificarla y expandirla más allá de sus fronteras redundantemente
naturales.
Así que usemos la pregunta
filosófica por excelencia ¿por qué? ¿Por qué de la existencia de las redes
sociales? ¿Por qué tienen tanto éxito? ¿Qué consecuencias tiene este auge de
las redes sociales en todos los aspectos posibles, sociales, personales,
mercantiles, tecnológicos, etc...? Y finalmente, ¿Cuál es el uso óptimo que
debemos dar a esta herramienta?
¿POR QUÉ DE LA EXISTENCIA DE
LAS REDES SOCIALES?
Muchas pueden ser las
razones para que un invento funcione y otras muchas, de igual manera, para que
fracase. Los aztecas gustaban del juego de la pelota con fruición, así pues
para ellos la forma circular era más que conocida y sabían de su facilidad para
rodar, de hecho esa forma era muy utilizada en otros menesteres, pero jamás se
plantearon el uso de la rueda como elemento que facilitara la motricidad, más
allá de algunos juguetes infantiles. La unión de los factores no fue suficiente
para hacer saltar la chispa creadora.
Así pues para el desarrollo
de las redes sociales se tuvieron que encontrar dos factores fundamentales; las
circunstancias tecnológicas suficientes para el desarrollo de las mismas y el
interés manifiesto de desarrollarlas utilizando las posibilidades técnicas. Y
esto que parece una majadería es el “quid” fundamental de todo invento.
Recordemos que Leonardo Da Vinci realizó infinitos diseños de maquinas, tanto
de guerra, como otros ingenios mecánicos o voladores, y en muchos casos la
imposibilidad de la realización de los mismos se debía a la falta de materiales y técnicas de construcción de
la época, esto es, había la intención de crear pero no los medios que lo
permitieran.
¿Pero era suficiente esta
unión de factores para asegurar el éxito sin paragón que las redes sociales han
experimentado desde su invención?
Al ingenio tecnológico y
creativo se sumaron la predisposición de una generación ávida y conocedora del
consumo virtual de nuevas plataformas y productos. Recordemos que ya desde
1990, año de la creación de la mensajería instantánea y de chats ICQ, el uso de
internet para cuestiones de comunicación privada se había disparado
exponencialmente. A la expansión de ICQ siguieron en 1998 otras plataformas
como MSN o YAHOO que también daban servicios de chat, junto al popular servicio
de mensajería instantánea. Estos primeros chats fueron en gran medida los
impulsores de varios fenómenos que se difundieron de forma asimétrica, los foros,
los blogs y los espacios propios o perfiles personales (origen en parte del
interface de las redes sociales). Pero la época dorada de los chats culminó con
el abuso de los mismos. El más popular y diverso de todos, el chat de MSN,
canceló sus servicios a finales de 2003 por, según la versión oficial, la
proliferación de redes de pederastas y otros malos usos del servicio.
Curiosamente la competencia, YAHOO, mantendría similar servicio de chats
durante nueve años más hasta el 14 de diciembre de 2012, un año después a esta
fecha MSN también cerraría su popular servicio de Messenger fusionándolo con el
más avanzado SKYPE.
Pero el germen de las redes
sociales ya estaba sembrado y toda una generación de cibernautas tenían en su
memoria la existencia de estas proto-redes desde que se asomaron por primera
vez a Internet.
El uso de los foros se
popularizó como un espacio libre de comunicación más o menos especializada.
Primero, como espacio de encuentro personal para, posteriormente, definirse
como espacios para consultas específicas sobre todo tipo de cuestiones. Los
Blogs, por su parte, fueron la realización del deseo de publicación de muchos
internautas a los que los foros se les quedaban pequeños. En un principio el
ansia de interactividad convirtió a los blogs más visitados en generadores de
opinión para, poco a poco, tras la irrupción de las redes sociales, quedarse
relegados como repositorios de información y soporte gráfico, más que como
generadores de controversia.
Pero todos los sistemas de
chat y mensajería instantánea ofrecían una posibilidad de auto- publicitarnos.
En todos ellos el usuario podía publicar y editar su perfil. En este perfil se
podían subir fotos (al principio sólo una), hacer comentarios personales, poner
algunas líneas de currículum, y contar en breves palabras lo maravilloso y
buena persona que uno era con el fin de que otros usuarios, normalmente del
sexo contrario, nos invitaran a unirnos a su chat o a su servicio de mensajería
instantánea. ¿Esto ya nos va sonando más verdad?
En el 2003, mismo año de la
desaparición del chat MSN, apareció la primera de las redes sociales, tal como
hoy las conocemos, MYSPACE. Y se desata la locura de las redes sociales,
MYSPACE es un escaparate de promoción muy sabiamente diseñado para tal efecto.
Y así multitud de artistas (músicos fundamentalmente) utilizaron esta
plataforma para aumentar su popularidad. En 2005 es vendida por quinientos
millones de dólares pero la aparición de FACEBOOK en el panorama internacional
en 2007 desbancó a MYSPACE y, como todo en el mundo virtual, lo redujo a su
mínima expresión, en 2011 MYSPACE fue revendido por treinta y cinco millones de
dólares y paso de tener mil seiscientos trabajadores a doscientos. Hoy por hoy
MYSPACE está dejando de ser una red social para convertirse en un portal de
música.
Aunque los orígenes de
FACEBOOK son un tanto caóticos y contradictorios, entre juegos y estrategias
para encontrar parejas sexuales, lo que es una realidad es que actualmente
cuenta con más de mil millones de usuarios en todo el mundo y es, con
diferencia, la red social más activa y rica en cuanto tráfico de información,
fotografías, videos y todo tipo de material susceptible de ser subido a la red.
Pero la posibilidad del balancear e impulsar un contenido con una clic (ME GUSTA)
o una opinión (COMENTARIO) siguen en el germen de FACEBOOK desde su creación,
medio ebria, por Mark Zuckerberg hace una década. ¿Pero es el pulgar azul hacia
arriba lo que realmente marca la diferencia entre el éxito de esta red social
sobre las demás opciones, HI5, TWITTER, MYSPACE... etc? ¿Tanto nos importa lo
que piensen los demás de nosotros como para que una séptima parte de los
habitantes del planeta tierra participen de este juego virtual? ¿Somos
conscientes que cada uno de nosotros aporta un valor de un dólar y medio a una
empresa que cotiza en el NASDAQ?
¿POR QUÉ TIENEN TANTO ÉXITO
LAS REDES SOCIALES?
Es obvio que el terreno
estaba ya abonado para recoger una buena cosecha. La tecnología estaba creada y
probada, la necesidad también latía en el ambiente, y toda una generación de
jóvenes nacidos en la era virtual y adultos de mediana edad, con suficientes
conocimientos informáticos, eran los potenciales clientes de la nueva red
social que estaba por explotar. ¿Pero es esto motivo suficiente para, en menos
de seis años, seducir a un séptimo de la población mundial? ¿Qué otros resortes
despertó FACEBOOK para conseguirlo? ¿Lo sabían sus inventores o fue como el
descubrimiento de la penicilina, una acción fortuita en el mejor de los
momentos posibles ante las personas que supieron interpretarlo debidamente?
Para analizar este fenómeno
analicemos las necesidades del “animal humano” tanto como individuo singular (o
que se cree singular) y como colectivo.
LA TRIBU HUMANA
El ser humano no habría
salido jamás de las cuevas sin, entre otras muchísimas carambolas evolutivas y
azarosas, la capacidad de expresión y la de convivir políticamente. Estas
capacidades van mucho más allá de las simples capacidades biológicas, y sus
bondades inmediatas. Para que un ser humano se desarrolle en la completa
actualización de sus potencialidades es imprescindible que ambas capacidades
sean, a la par, necesariamente cubiertas. Esto es, ningún “animal humano” es
capaz de dejar de ser animal si no se desarrolla con otros seres humanos que lo
enseñen y eduquen, y de los que aprenda a su vez, y que, además, pueda
relacionarse con ellos a un nivel de transmisión de pensamientos e ideas
abstractas.
Algunas personas se llevarán
las manos a la cabeza sólo por haber leído estas palabras. ¿Pero es que está
diciendo que un ser humano que no se crie entre humanos deja de ser un ser
humano? Pues sintiendo enemistar a los más aprensivos tendremos que decir que
en su definición legal no dejará de ser un humano de pleno derecho, pero si en
su condición constitutiva. Esto es, tendrá todos los derechos inherentes al ser
humano dependiendo del país en el que naciera, pero no actuará como tal, ni
podremos tratarlo como tal. Y para ejemplificar este particular recordemos el
famosísimo caso de “Víctor de Aveyron” más conocido por el niño lobo o “El
pequeño salvaje” por la película del francés Francois Truffaut.
El caso de Víctor no es un
caso aislado. Muchos son los casos de niños ferales encontrados pero este caso,
por estar especialmente bien documentado merece la pena ser rememorado. Víctor
fue encontrado en Aveyron, cerca de los pirineos franceses, estaba desnudo, era
1799. Aparentaba unos doce años y se comportaba exactamente como un animal. No
sabía hablar y no
hacía otros ruidos más que gruñir, se movía de forma espasmódica y no era capaz
de permanecer quieto sin balancearse sobre sí mismo. En un principio lo dieron
por retrasado mental o loco, pero un joven doctor se ofreció a educarlo. La
labor fue imposible y frustrante. Víctor aprendió a vestirse y poco más, de
alguna manera su periodo de aprendizaje había pasado. Su cerebro ya no estaba
receptivo. Jamás pudo hablar, y no era capaz de expresar otras intenciones que
no fuera las de la autocomplacencia. Siempre intentó escapar, volver a la
naturaleza, aunque ya no pudiera ser autosuficiente como antes lo había sido.
Víctor murió en 1828 sin jamás pronunciar una oración simple.
Son muy controvertidas las
teorías sobre el aprendizaje del habla, pero lo que sí es cierto es que en
todos los casos de niños salvajes que se conocen, ninguno fue capaz, no sólo de
hablar, si no de formar parte de la sociedad. Sin el contacto de la sociedad,
de nuestros congéneres, por muy bárbaros que estos nos puedan llegar a parecer,
no dejamos de ser animales, animales inteligentes sí, pero no tanto.
Así pues en nuestra
constitución como seres humanos está grabada a fuego la necesidad de
pertenencia a la comunidad, a la tribu, pues es la tribu quien nos educa, quien
nos protege y a la que debemos, en gran medida, ser como somos. Y qué nos
diferencia, fundamentalmente, del resto de los animales; nuestra capacidad
aprendida de hablar, de expresarnos mediante un lenguaje articulado capaz de
expresar ideas abstractas, situaciones en diferentes tiempos, deseos, miedos, y
todo un sinfín de creaciones.
No es de extrañar entonces,
que cuando un régimen totalitario desea alienar de su esencia al pueblo al que
oprime las primeras libertades que anule sean la libertad de expresión y
asociación. Y esto es tan trágico como real. Estas libertades “democráticas”
son en realidad necesidades consustanciales y constitutivas de los “animales
humanos”. La supresión de estas libertades sume al pueblo que lo padece en la
ignorancia, la ignominia, el ostracismo y el sometimiento más servil. Toda revolución
ideológica, progresista, social, se ha conseguido de la mano de estas dos
libertades desarrolladas en la máxima expresión de su época.
¿Entonces qué efecto tendrá
en nosotros la irrupción en nuestras vidas de una herramienta informática que
precisamente parece que nos brinda eso mismo, la libertad de expresarnos y la
de reunirnos con quien nos apetezca en el ciber-mundo? Euforia, sin duda. Esa
es la promesa de las redes sociales, y más especialmente, de FACEBOOK. Euforia
ante el espejismo de la libertar de comunicación y asociación a un clic de
distancia, sin la necesidad de romper con las barreras de nuestra pereza,
timidez o nuestra simple y contundente vagancia.
Decía un refrán oriental que
el mal se encuentra en los caminos rectos, porque estos nos llevan sin
dificultad, sin trabajo, a donde queremos llegar. Y que debemos procurar los
caminos sinuosos y circundantes porque en ellos está el aprendizaje. Gracias a
ellos podremos disfrutar con más gusto de nuestros logros... Nada más alejado
de nuestra realidad ¿no es cierto? Parece que hemos descubierto la prisa, la
inmediatez. Donde antes se imponía la paciencia ahora se impone el “¡Ya!” “Lo
quiero para ayer” y claro, las prisas vienen con sus propios tropiezos. No es
que seamos descuidados, somos vehementes y no hemos calculado aún el alcance de
nuestros deseos.
Una de las consecuencias más
conocidas de la unión de estos factores es el “Phishing”, término británico para
definir la usurpación de personalidad, tan de moda en las redes sociales. Pero
esto es un mal menor que, a lo sumo, sólo acarrea algunos corazones rotos,
alguna noche de lágrimas, y para los más sensibles unas cuantas borracheras y
visitas al psicólogo. Obviamente esto no es más que una banalización de la
cuestión, y de seguro más de uno conoce alguna consecuencia dramática de un
caso de phishing, pero insisto, no deja de ser una mera anécdota efectista, los problemas han de venir por otro
lado y seguro son más generalizados de lo que creemos o quisiéramos.
EL ANIMAL HUMANO
Ya hemos visto que las redes
sociales han conseguido imbricar profundamente, aunque quizá por mera
casualidad, en dos de los aspectos esenciales de nuestra constitución como animales-sociales
y comunicativos. Pero salvado ya este aspecto, ¿cómo nos afecta en lo personal,
más concretamente en lo emocional, en esa parte tan vital y constitutiva de
nuestra identidad?
Nos preguntábamos más arriba
sin tan importante era para nosotros lo que piensen los demás, sin tanto
anhelamos el reconocimiento público. Para contestar a esta pregunta vamos a
rescatar al psicólogo humanista norteamericano Abraham Maslow.
El animal humano ha sido
estudiado desde diversos prismas y objetivos durante toda nuestra historia.
Biológicamente, fisiológicamente, metafísicamente, desde una visión forense,
etc... Pero será Maslow el primer psicólogo que se acerque a la mente de humano
sano, no enfermo, para analizarlo y comprender cómo funciona, o mejor dicho,
qué lo impulsa a actuar como lo hace. Para dar con la contestación a estas
cuestiones desarrolló toda una teoría llamada Psicología Humanista, a medio
camino entre el conductismo y el psicoanálisis, que ofreció una tercera vía
antes no conocida.
Según la psicología
humanista, todos los seres humanos albergamos el deseo de poder desarrollar todo
nuestro potencial en algún momento de nuestra existencia, esto es, de
autorrealizarnos. Pero esta necesidad de autorrealización no es azarosa ni
casuística, y responde a un orden jerárquico, más o menos universal en íntima
relación a nuestro modelo cultural y nuestro desarrollo como especie. Esta
jerarquización queda perfectamente plasmada en la, ya famosísima, pirámide de
Maslow.
Si le echamos un vistazo a
la pirámide no necesitaremos gran talento para ver cómo del más elemental nivel
al más elevado no sólo hay una evolución histórica, también la hay cultural.
Me resulta complicado
imaginarme a un antepasado nuestro huyendo de un dientes de sable por la sabana
africana enfrascado en cuestiones y disquisiciones morales. Supongo que Maslow
también vería esto complicado. Esta jerarquización de las necesidades va de la
mano de la sofisticación cultural y, obviamente en el siglo IV antes de Cristo
sería harto complicado que cualquier ateniense de a pie alcanzara el cuarto de
los niveles descrito por Maslow. Históricamente éste nivel, por no hablar del
quinto y último, estaba reservado a una elite social muy determinada. Si
pusiéramos los ojos en la Atenas del siglo IV antes de Cristo sólo pro-hombres
como Pericles, algunos deportistas olímpicos o algunos filósofos podrían gozar
del respeto, el éxito y el reconocimiento. Aún en pleno siglo XX, con el
estallido de los medios de comunicación de masas, este cuarto nivel ha estado
siempre al alcance de una minoría. Militares, políticos, literatos, deportistas,
gentes del mundo del cine, cantantes, toreros, multimillonarios... seguro que
al nombrar esta ristra de “ocupaciones” y “oficios” no faltan ejemplos para
rellenar algunas páginas con personajes “famosos” que respondan a estas
descripciones. Famosos o celebridades, esa es la palabra con la que definimos a
estas personas que gozan de la confianza y simpatía de todos, que son
reconocidas, que son exitosas. ¿Quién no ha fantaseado alguna vez en su vida
con ser uno de esos nombres en boca de todos? ¿A quién no le gustaría ser
reconocido por hacer tal o cual cosa digna del respeto y la admiración de los
demás?
Pareciera que el animal
humano llevará a fuego grabada la necesidad de ser “alguien”, de dejar huella
en los demás y sobre los demás, y tampoco faltan ejemplos para esto último.
ERGO…
¿Cómo habrá afectado la
irrupción de las redes sociales ahora que ya conocemos un poco mejor las causas
que nos impulsan a hacer muchas de las cosas que hacemos? Lógicamente la
posibilidad de darse uno a conocer y ostentar un número ingente de “amigos” o
“seguidores”, sin destacar uno especialmente en nada, ha sido, en parte,
acicate suficiente para millones de personas para subirse al carro de las
nuevas tecnologías.
Un “me gusta” o un
comentario de un “seguidor” nos hace sentir que somos “alguien”. Que existimos,
que nos tienen en cuenta, que nos respetan. Tener cuatro millones de “me gusta”
o un millar de comentarios de “seguidores” nos hace creer que hemos entrado en
el club de los elegidos, en una élite social a la que, por nuestros propios
méritos, no deberíamos pertenecer. Pero en el mundo virtual todo cambia, se
puede ser un generador de tendencias, aunque sea por repetir eslóganes de
otros, imágenes y chistes ya hechos, o repitiendo clichés políticos que sólo
buscan el arrebato momentáneo y sentimentalista. El ego es el ego y no tiene
paladar que diferencie entre el reconocimiento por nuestros méritos, o nuestros
“logros” en las redes sociales. El éxito es éxito ¡y punto!
Y porque en la red social nos
encontramos con ese grupo al que necesitamos pertenecer, como bien llevamos en
nuestro ADN. Porque en la red social podemos comunicarnos libremente, porque
podemos ser nosotros mismos (cosa más que cuestionable), porque en la red
social podemos lograr completar ese cuarto nivel del que Maslow nos habla, ese
cuarto nivel al que creímos que nunca llegaríamos, esa posibilidad de meternos
en el Olimpo de los elegidos. Y todo esto sin tener que salir de casa, si tener
que sudar, sin tener que hacer otra cosa más que estar siempre ahí, frente a
una máquina alimentando sus tripas con nuestras cosas. Y además, para mayor
orgasmo de nuestro onanismo mental que nos hace creernos únicos y, a la vez
inteligentísimos, nos entretiene y es “gratis”...
FELICIDADES,
¡TRABAJAS PARA UNA EMPRESA MULTINACIONAL!
Creemos que el uso de las
redes sociales se encuentra en el espacio de nuestro ocio y nuestra evasión. Es
una herramienta que se nos brinda gratuitamente y nos permite relacionarnos con
nuestros amigos y nos aporta reconocimiento, respeto, confianza... éxito. El
invento que nos ha regalado el mundo virtual es perfecto, nos completa, se
adapta como un guante a las que, como ya hemos definido, son nuestras
necesidades primarias como especie e individuos históricos y culturales.
¿Pero qué es una red social
a nivel de estructura, al más puro nivel informático, como programa? Si
analizamos, por ejemplo, una página personal de Facebook y somos capaces de ver
más allá de las fotos y comentarios, más o menos interesantes o acertados,
estaremos frente a una página vacía de un editor de textos avanzado que permite
cierta interactividad.
Una red social es, básica y
groseramente hablando, una página en blanco de Excel a la que vamos dotando de
contenidos y, de suyo, sólo tiene publicidad. El esperado efecto del
comentario, del “me gusta”, sólo se dará cuando mi cuenta de “amigos” o
“seguidores” sea lo suficientemente abultada como para que ante un comentario,
o una foto o un video, medianamente aceptable que yo suba, la masa crítica, por
pura probabilidad estadística, propicie que suceda el tan esperado
acontecimiento. Pero nosotros no somos tontos, así que pronto descubrimos que
si queremos más interacción en nuestra página debemos aumentar sensiblemente el
número de posibilidades de que esto suceda. ¿Cómo? Pues con más amigos, y
alimentando también sus egos por medio de comentarios esporádicos en sus
publicaciones. Quid pro quo. Y así entramos en la dinámica, más o menos,
adictiva, dependiendo de cada cual, del juego de las redes sociales.
Pero retomemos el concepto
de la red social. Nosotros dotamos de contenidos a la estructura hueca de la
red. Nosotros propiciamos la interacción y el proselitismo entre nuestros
“amigos” y nosotros mismos. Nosotros subimos imágenes de nuestra vida
cotidiana, hablamos de nuestros intereses, de nuestras vacaciones, de dónde y
con quién nos gusta estar y qué nos gusta hacer. Redactamos nuestras propias
crónicas de los hechos que nos perturban, o nos emocionan o nos causan
repulsión. Básicamente, si abres bien los ojos, ofrecemos un resumen bastante
acertado de nosotros mismos, de nuestras tendencias gustos y aficiones, de
nuestros intereses y deseos. Según un estudio del año 2011 de McKinsey & Company un español pasa de media 68 minutos diarios atendiendo a sus redes sociales, ya sea ante una pantalla grande o desde su smartphone. Más de una hora diaria trabajando gratuitamente para una empresa que cotiza en el Nasdaq (la bolsa de valores electrónica más grande de E.E.U.U.). Mil millones de usuarios son “amigos” de alguien mediante Facebook en el planeta tierra. Mil millones que suponen 1.5 dólares por usuario como valor mercantil en su primer día de salida a bolsa.
Así que sin querer darnos
cuenta cada vez que actualizamos nuestra red social estamos reforzando, una y
otra vez nuestra necesidad de reconocimiento. Pero, además, dotamos de
contenidos a una estructura mercantil que sin nuestra participación estaría
vacía, hueca y sin valor. Y esto tampoco es gratis. O seremos tan ingenuos de
creer que esta empresa, teniendo en su haber la mayor base de datos mundial de
clientes de cualquier producto, idea o tendencia, y siendo suyos los derechos
de hacer con aquello que subimos lo que quieran, no va a mercadear con semejante
información. Esto es, de todo aquello que colguemos, fotos, comentarios,
artículos, perdemos la propiedad intelectual. Cada vez que lo hacemos público
en la red social nos regalamos un poco a alguien que sabe rentabilizar en dólares
ese presente. ¿Así que por qué no exprimir mucho más a la gallina de los huevos
de oro?
Todos los usuarios de las
redes sociales trabajamos, de forma voluntaria y gratuita, en una empresa
multinacional privada que, además, saca partido de nuestras necesidades tan
convenientemente saciadas en la propia red. Y nuestro trabajo sí que es
gratuito, claro que ninguno nos damos cuenta del negocio porque, aparentemente,
en realidad, ni siquiera nos lo hemos olido, ¡y eso que somos tan listos!
Nuevamente el animal humano vuelve a hacer gala de su cerebro de hace 200.000
años que se entretiene alucinado disfrutando de los espejitos que ponen ante
nuestras narices mientras otros, más listos pero con el mismo cerebro, nos
roban algo que es nuestro y no deberíamos haber puesto jamás en venta, por
mucho que nos satisficiera fanfarronear.
OK, LAS REDES SOCIALES SON
UN NEGOCIO, PERO ESO NO ES MALO DE POR SÍ, ¿O SÍ?
Un cuchillo de punta redonda
para untar mantequilla en el pan es una herramienta inofensiva en las manos de la
mayoría de nosotros, pero el mismo cuchillo en manos de un talibán con un
periodista de la NBC de rodillas y amordazado a sus pies tiene otra dimensión
absolutamente diferente. El uso que hagamos de la herramienta es el que
determinará el grado de afectación, permisividad e injerencia de la misma en
nuestras vidas.
Es obvio que para la red el
negocio está servido. La empresa da mantenimiento a una estructura hueca que el
sujeto rellena con sus datos personales, su identidad, su privacidad, su
intimidad, sus pasiones y vicios, sus ideas políticas... Tiene un espectro de
información tal de los sujetos que la componen que su activo es puramente
productor, publicidad, encuestas, intenciones de compra, de voto, manipulación
de masas, y control e intromisión en la vida privada con los fines de lo más
exóticos. Lo que quieran, porque además les dejamos y pareciera que nos gusta.
Pero además somos un bien de cambio gratuito, ¿alguien se ha parado a pensar
qué significa que desde el momento que publicas una foto en Facebook pierdes
todos los derechos sobre la misma? Pues que bien pueden usar una foto tuya con
dos copas de más haciendo el tonto, o la tonta, para una campaña en contra del
alcoholismo, u otra en la que salgas en la playa en traje de baño para una campaña
en contra de la obesidad. Esto es un ejemplo burdo, pero la realidad es que
estamos indefensos ante cualquier deseo de utilizarnos a nosotros como bien de
cambio, o a nuestros productos.
¿QUÉ SUPONE ESTO PARA EL
SUJETO, PARA EL ANIMAL HUMANO?
Ajenos al mero divertimento
lúdico que creemos estamos haciendo de la herramienta con el único objeto de
saciar los fines ya desarrollados anteriormente, y ya aclarado el afán
comercial que encierra toda red social, debemos acercaros un paso más hacia la
realidad contingente del animal humano: El sujeto se expone en la red social de
forma absoluta. ¿Y qué significa esto?
Es obvio que navegamos con
la ingenuidad por bandera en el mundo de las redes sociales. Hasta hoy creíamos
que era la solución a muchas de nuestras necesidades. Necesidades de
comunicación, de pertenencia a un grupo, de reconocimiento y éxito. Pero hoy
nos han recordado que seguimos utilizado un cerebro de hace 200.000 años al que
no le ha dado
tiempo de evolucionar
convenientemente para poder jugar en igualdad de condiciones en pleno siglo
XXI. Un cerebro que sigue actuando en base a unos parámetros anteriores a la
última glaciación, que no diferencia con claridad lo virtual de lo real y que
esto, muy a nuestro pesar, tiene un coste. ¿Pero qué más arrastramos en esta
travesía por aguas ignotas?
NUESTROS “YOES”
Es normal que justo antes de
la adolescencia empiece el animal humano a desarrollar las diferentes facetas
de la proyección de su personalidad hacia los demás. Lo que antes se hacía por
instinto, por precaución, se convierte en este momento en un arma de ocultación
y de juego social. En esta edad podemos desarrollar diferentes roles de
conducta en virtud de determinadas circunstancias. No somos el mismo “yo” en
nuestra casa con nuestros padres, en el colegio ante el profesor o con nuestros
amigos, ante la niña o niño que tanto nos gusta y creemos estar enamorados, o
en cualquiera sea la tesitura. Habrá quien logre dominar esta suerte de
mascaras y habrá otros que, infelices, no sean capaces de desarrollar estas
habilidades sociales, es lógico, no todos los seres humanos miden dos metros,
ni todos pueden correr los cien metros en menos de diez segundos.
Con los años, y la
experiencia, este juego de máscaras se vuelve tan natural y consustancial que rara
vez nos lo planteamos ni cuestionamos. Es como respirar, nadie se imagina yendo
a comprar el pan a una panadería, que no sea la de toda la vida, e intentar
intimar con el tendero, ni siquiera para pedirle el pan fiado. Si alguna vez se
dan estas relaciones atípicas que rompen el orden lógico de nuestra conducta
suele ser en circunstancias que sabemos únicas y que no se repetirán, al menos
junto a la misma persona, como montados en un avión o viajando en un taxi.
Estamos conformes, entonces,
que sabemos bien cómo, cuándo y cuánto mostramos de nosotros mismos en virtud
de la situación y el grado de relación que se establezca con personas con las
que en ese momento nos encontramos.
Así que convengamos en este
momento que si nos encontramos en una situación ante desconocidos, o sólo
conocidos, podemos decir que mostramos un “yo público”, un yo más o menos
discreto con su vida personal que no muestra más que algunos datos singulares
sin entrar en grandes honduras. Podemos decir nuestro nombre, a qué nos dedicamos,
de dónde venimos, si es que nuestro origen no nos avergüenza, nuestra edad, o
algún dato más personal como nuestro estado civil. Pero esa será nuestra zona
de confort y sólo si pretendemos conseguir algo más de la situación daremos un
paso más allá.
Convengamos también que el
“yo privado” es el siguiente paso. Es el “yo”, el “nosotros”, que se relaciona
con la familia, con la pareja, con el círculo de amigos. Es el que permite la
intromisión (con reservas siempre) en las cuestiones personales. El que pide
consejo, el que se atreve a reflexionar en voz alta, a dar una opinión
comprometida sin miedo al rechazo. Es el yo que se sabe protegido, más seguro,
en una zona de confort relativa. Claro que no exento del conflicto, laboral,
familiar o de pareja. Pero en definitiva es donde más cómodos solemos sentirnos
pues tenemos la sensación de controlar la mayoría de las variables.
Pero hay otro yo al que no
nos gusta tanto mirar. Convengamos, por última vez, que lo llamamos “yo
secreto” o “íntimo”. Aquí nos cuidamos muchísimo de dejar entrar a cualquiera.
Este yo esconde nuestros miedos y complejos, nuestros secretos inconfesables
que no son más que miedos al rechazo, nuestras fisuras y debilidades. Aquí
damos visa de entrada a muy poca gente, nuestra pareja en algún momentos si
somos afortunados, quizá algún familiar al que
queramos con especial
intensidad, o a un amigo o amiga, y con los años este grupo selecto se suele ir
enflacando aún más, y nos quedamos solos en ese huequito pequeño, secreto e
íntimo al que hasta a nosotros nos cuesta entrar.
¿Pero entiende nuestro
cerebro primitivo qué yo debe ponernos en juego en el campo de batalla de las
redes sociales?
Las redes sociales parten de
una imposición formal y un supuesto teórico.
· Imposición formal: Debemos, antes de formar parte
de la misma y por imperativo “legal”, aportar todos nuestros datos personales.
Nombre, edad, estudios, profesión, procedencia, etc...
· Supuesto teórico: Todas las personas a las que
vamos a invitar y las que nos invitan son mis amigos. Así, de un plumazo
saltamos del “yo público”, que es el que por la lógica imperante en los últimos
200.000 años debería imponerse; al “yo privado”. Todos son nuestros amigos y
además, para colmo de males, toda esa valiosa información que estratégicamente
debíamos utilizar en nuestro favor en los pasos previos a dar el salto de un
primer “yo” al otro ya aparece en nuestro perfil o biografía. Las redes
sociales nos empujan a omitir un paso previo valiosísimo y necesario para
nuestra higiene mental. Nos arrojamos a la arena sin un escudo que permita
evadir los primeros golpes. Entonces no nos queda otra opción que jugar, buscar
la rápida aprobación de nuestros “amigos”, buscamos el “me gusta” la cita y lo
demás ya lo conocemos. Obviamente, porque no todos corremos los cien metros en
menos de diez segundos, no todos somos exactamente iguales, y no a todos nos
impactan las cosas de igual manera. Pero si es cierto que este salto de un “yo”
al otro puede provocar en algunos casos que la barrera entre lo privado y lo
secreto se disipe peligrosamente y, casi sin darnos cuenta, estemos
compartiendo intimidades y miedos que jamás se nos ocurriría compartir en otro
ámbito. Y esto sí puede ser muy peligroso. No tanto por el uso o abuso de
terceros, simplemente por nosotros mismos, por nuestro delicado equilibrio
entre inseguridades y confianza en el que durante gran parte de nuestra vida
nos movemos, y más especialmente durante nuestra juventud. Porque durante
doscientos siglos nos hemos esforzado en ir vestidos y, amén de cuidarnos del
frío o el calor, tapar nuestras vergüenzas, hay que ser de una pasta especial
para salir a la calle desnudos o a una playa nudista. De la misma manera no
todos están preparados para mostrar sus miedos y complejos a un golpe de click
y no sentir en sus carnes, al poco, el golpe de la culpa o la vergüenza.
CONCLUSIÓN-CONFUSIÓN
¿Tan
iguales somos, con lo diferentes que nos creemos, para resumir así nuestra
conducta? ¿Sabían los que ingeniaron las redes sociales las increíbles variables
e hilos que movieron para cosechar el éxito que han cosechando? ¿Tanto nos
puede la necesidad de reconocimiento, de éxito, de fama, que estamos dispuestos
a pasar horas ante la pantalla con tan de recolectar unos cuantos “me gusta”?
¿Estamos todos preparados para mostrar nuestra privacidad a los demás de forma
absolutamente abierta y sin restricciones? ¿Se volverá esta herramienta en nuestra
contra? ¿Existen las leyes que nos protejan realmente de un ataque a nuestra
intimidad más profunda? ¿Cómo debemos movernos en el mundo de las redes
sociales, cuál sería la mejor manera para proteger nuestra intimidad, nuestra
higiene mental, y no sufrir repercusiones negativas en un futuro?
Realmente los filósofos
solemos inclinarnos más por las preguntas que por las respuestas. Está en la
mano, ya, de cada cual extraer sus propias conclusiones.
“Cómo funciona Facebook o cómo las ovejas siguen siendo ovejas”, David Pastor Vico. Revista de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México “Cultura Urbana”, n°48. Diciembre de 2013