Piedras
y palos.
Quizá
esté equivocado, ¡ojalá!, pero últimamente no tengo manera de quitarme la cara
de imbécil cada vez que ojeo los periódicos, veo la televisión o escucho la
radio. Algo pasa y no nos estamos enterando. Y es que o nos están tomando el
pelo a todos, o realmente el mundo se va a acabar el viernes veintiuno de
diciembre de dos mil doce… más bien será lo primero, me parece.
Me
explico. Criticábamos amargamente hace algunos años, yo el primero, la falta de
posicionamiento político de la sociedad. ¿Cómo no eran capaces de salir a la
calle a protestar, a alzar la voz enfurecida contra el pie que nos empezaba a
asfixiar y que, de no ser removido, acabaría, como está pasando, por dejarnos
pegados al suelo como cromos? Y el milagro comenzó a pasar, empezamos a salir a
la calle, las redes sociales empezaron a posicionarse, a convocar reuniones, a
propagar la semilla del malestar y el descontento, a invitar a quien estaba
hasta las narices a decirlo en voz alta. Se han creado multitud de asociaciones
y colectivos de ayuda a los más desfavorecidos,
de protesta abierta y descarada, sin paños calientes, hacia una
situación que ya se ha instalado en lo bizarro y enfermizo. Quizá no sea una
marea humana, desgraciadamente, pero sí mucho más de lo que podíamos imaginar.
Ahora,
ya, es una evidencia, qué duda cabe, que la mayoría de los ciudadanos estamos
hartos de aguantar mentiras y manipulaciones de los mismos que nos han llevado
a esta miserable situación de indefensión social. Pero no pasa nada. Nos
quejamos, maldecimos a este y el otro político, exigimos que den pasos a tras a esas nuevas leyes
torticeras que sólo sirven para prolongar la agonía a la que nos somete este
estado oligopólico. Exigimos las cabezas de los banqueros-políticos-mercaderes-de-esperanzas,
delincuentes manifiestos con nombres y apellidos que no paran de darse
golpecitos en las espaldas los unos a los otros, y se ríen. Se ríen de todos nosotros. Se ríen
los banqueros y los políticos de uno y otro color. Se ríen porque saben que
nada vamos a conseguir, se ríen porque saben una verdad que a nosotros se nos
ha hecho olvidar, la única verdad que puede sacarnos pronto de este hoyo de
inmundicia. Una verdad tildada como lo políticamente incorrecto, como el fin de
la democracia y del “supuesto” estado de derecho, una vía inaceptable en el
marco histórico-político actual. Una verdad que con sólo ser dicha puede
llevarme al calabozo por apologeta de un principio biológico de nuestra especie
en tanto que animal que pisa la tierra ¿Te lo estás imaginando ya verdad?
Mientras
en la vanguardia de las manifestaciones
llevemos pancartas, tambores y flautas y no palos y piedras, no le temblará al
gobierno la mano para aplastarnos contra el suelo. Mientras los políticos y
banqueros se sientan invulnerables, como lo son, al pasear por las calles, al
comer en los restaurantes de postín, al acudir a los toros o a la ópera,
seguirán campando a sus anchas por su feudo mientras otros suplicamos su
compasión para que no nos deshaucien. Mientras sepan, como saben, que nadie se
atreverá a abrirles la cabeza de una pedrada, a quemarles los chalets con sus
familias dentro, mientras sus víctimas se sigan suicidando pacíficamente en vez
de descargarles un cargador de balas antes de saltarse la tapa de los sesos,
para poder morir al menos con esa satisfacción, mientras sigamos actuando como
ellos nos enseñaron, exactamente al contrario de cómo ellos actúan, mientras
esto siga así, nada cambiará. ¿O es que ellos no son los que inician las
guerras, los que atacan a los manifestantes, los que están provocado que vuelva
el hambre y la desesperación a este país? Ojalá estuviera equivocado, ¡ojalá!