17 may 2012

QUIERO A MI BATIDORA 2.0



¿Quién gana?


Ganar es una palabra, como tantas otras, que sirve para muchas cosas y que si la repetimos muchas veces acaba por perder cualquier sentido cabal más que el de recordarnos, vagamente, al nombre de un país africado.
Las palabras “ganar” y “ganas” parecen indisolublemente unidas la una a la otra por el azar fonológico e intrínsecamente consecuentes, pues la una es conseguir o lograr y la otra ansiar y codiciar.  ¿Pero todo el que ansíe algo lo ha de conseguir? La realidad nos obliga a agachar la cabeza y reconocer que unos más que otros. Que humanos somos todos, pero unos son más humanos que otros, y que aquel dicho castizo de “quien la sigue la consigue” está reservado a un grupo muy concreto de individuos conscientes de ser los elegidos, el caballo ganador de la “selección económica”, y que no habrán nunca de renunciar a las dádivas de su condición.
Esta puede ser una de las lecciones más crueles y dramáticas que aún nos quede por reaprender. Reaprender sí, porque una vez vivimos el sueño de la Libertad, de la Igualdad y de la Fraternidad. Llegamos a creer que el poder y la soberanía residía en el pueblo y que esto era bueno, que era real y para siempre, y que tras un dictador volvería a reverdecer la democracia, y que esta era la mejor de las formulas para que los seres humanos se desarrollaran en su máxima potencialidad. Y allí fuimos con el cuento democrático a evangelizar, como misioneros del “buen orden del mundo” a países oprimidos por el yugo de un caudillo político, religioso o petrolero. Y esto era bueno, y justificaba cualquier acción, como ya nos adelantó Maquiavelo.
Pero ahora dudamos. Muchos, los más imbéciles, que para todos hay un hueco, reviven viejas glorias de un pasado cercano en el que los campos de concentración, o los gulags, fueron la solución para esconder sus mediocres y asesinas conciencias. Otros, los irredentos, siguen luchando por un sistema que aún en crisis creen el mejor de los posibles sistemas y votan a uno u otro color, juegan al esconder y al “tú la quedas” y esperan que en un golpe de suerte las cosas cambien y todo vuelva a ser como antes de darnos cuenta que todo era mentira. Otros dudan y se quedan dudando, otros no aguantan las dudas y las subliman tocando la flauta o el tambor en fantásticas manifestaciones que no llegan a ninguna parte, porque bajo los adoquines no está la playa, están las cloacas y la imaginación no nos hace libres, nos hace infelices. Porque hemos perdido la capacidad de soñar, sólo imaginamos situaciones que recrean un ideal pre-crísis,  un algo que fue y no volverá a ser.
Y mientras los medios seguimos dando carnaza según el color de quien se publicite en nuestras páginas, porque todos tenemos que comer, aún queda mucha gente que no se ha dado cuenta de que mentimos, de que no hay verdad en nuestras palabras porque simplemente la verdad, aquella bandera por la que muchos dieron la vida, ya no existe tal cual la pretendemos. No podemos pretender buscar nuevas formas de pensar para encontrar la solución a viejas ideas. O cambiamos todo o no cambiamos nada y seguimos comiendo polvo sentados en nuestras casas, en las aceras, en los bares, en las paradas del autobús, en los colegios, en la cola del paro…
Es una lección terrible la que nos queda por aprender para poder, de una vez, dar un paso hacia delante, hacia el abismo, la guerra o lo que sea. Porque nunca estuvimos tan cerca de ninguna parte como estamos ahora. Tan sólo algunos de nuestros abuelos puedan dar fe de ello, pero no queremos escucharlos, porque nos da miedo, porque preferimos taparnos la cabeza mientras dormimos y cerramos nuestras puertas con tres cerraduras cuando el Sol baja por el horizonte. Es una lección terrible, sí, pero ya va siendo hora de que empecemos a interiorizarla: gane quien gane, perdemos todos. Coge algo más de aire y repite conmigo: GANE QUIEN GANE, PERDEMOS TODOS… Ahora ya podemos empezar a hablar.