22 ene 2010

QUIERO A MI BATIDORA VIII


Nos gusta sufrir (1ª Parte)

Permítanme queridos lectores la pedantería de citar a un filósofo de esos viejos y casposos, y si no me lo permiten no pasa nada, cierren inmediatamente esta página y tírenla, claro que lo mismo se pierden un buen artículo, o no. Dijo el gran misántropo Arthur Schopenhauer que la existencia del ser humano debía tratarse de algún tipo de error o accidente. Obviamente misántropo significa “aquel que odia a los seres humanos”, pero no me digas que al mirarte fijamente a los ojos en un espejo no has tenido, tan sólo por un segundo, la sensación de que todo está vacío, de que nada tiene sentido, de que tu vecino es un gilipollas integral y que seguramente él piense lo mismo de ti, y aún así lo saludas y haces como que lo aprecias, lo toleras. Pues si te ha pasado esto me alegro infinitamente en darte la bienvenida al club de los vivos.

Pero no todo el mundo que ves por la calle está vivo. No te confundas, esto no va de zombis ni de espectros ni de ningún otro tipo de superchería para-anormales. Muchos de nuestros vecinos, vecinos del barrio, de la ciudad, de provincia y así hasta los límites de la tierra, están virtualmente no-vivos. Subsisten, se mantienen, nadan en la indefinición entre ser un humano, tirando a tonto del culo, y una simple lechuga atada en su surco esperando a ser cortada de raíz para ser mal vendida en el mercado. ¿No me entendiste? Entonces seré más oscuro. Los no-vivos que nos rodean, que incluso puedes ser tú que me lees sin entender nada, son aquellos entes indefinidos que no conjugan con ningún verbo copulativo, que no son, que no están, que no existen y que, ni siquiera parecen, aunque eso quisieran ellos, parecer y aparentar que son, que están y que existen. ¿A que ahora me vas pillando la mala baba, a que te gusta?

Los no-vivos y yo, porque no sé si tú eres uno de ellos; ya me dirás, estamos condenados a compartir el mundo. Vamos juntos a la compra, a los mismos supermercados, echamos gasolina en los mismos sitios, incluso utilizamos el mismo papel higiénico. Los no-vivos llevan a sus hijos (inocentes y sufridores de los padres que les han tocado por azar) a los mismo colegios que llevamos nosotros a los nuestros. Pero si no sabes cómo diferenciarlos te voy a dar un par de consejos. Los no-vivos gustan de ser reconocidos por la exaltación de su propia ignorancia, su educación de cochiquera, su engreimiento, su vanidad vacía y su falta de criterio propio en cualquier decisión que precise de medio segundo de reflexión. ¿Aún no? Te contaré un cuento.

Hay en un pueblo, muy chico muy chico, un colegio de preescolar donde las madres, no todas por suerte, llevan a sus hijos e hijas al colegio en coche. La que vive a dos kilómetros y la que vive en la esquina del colegio. Las madres, como hienas, se pelean porque sus retoños entren primero, y hasta una raya en el suelo han tenido que poner los profesores: de aquí para dentro sólo deben entrar los niños, gracias. Y es que las madres compiten por ver quien le pone las zapatillas más caras, la mochila más cara, la ropa más cara, quien le llena el cuarto de juguetes, quien le compra el televisor más bonito, quien la consola más de moda, el mejor pintauñas, el mejor disfraz… y suma y sigue. Y mientras, los profesores intentan limpiar las pobres mentes de sus alumnos de la ponzoñosa  influencia de sus madres y padres (¿o es que los padres están libres?) para intentar hacer de ellos ciudadanos vivos y conscientes del mundo donde vivirán, ellas se pavonean en la cafetería, el portal, la panadería, y allá donde vayan, de lo bien que les comen los niños los bollycaos, de lo mucho que los consienten, de lo listos y guapos que son, de que todos les preguntan cómo hacen para criarlos tan bien, de que se quitan el pan de la boca para dárselo a los niños, de que son la envidia de su calle, de que nadie mejor que ellos para saber lo que necesitan sus hijos…

...To be continued.