11 dic 2009

QUIERO A MI BATIDORA VII


Lo primero que se enciende al llegar al hogar. (3ª Parte)

Ya lo escribí y ahora lo repito, a ver si de una vez nos enfadamos y nos ponemos farrucos.

Hemos dado legitimidad a la opinión de cualquiera que aparezca por televisión y ahora nadie nos libra de escuchar idioteces una detrás de otra sin criterio ni conocimiento. Lo repetiré más a las claras, no sea que no fuese capaz, yo, de explicarme. Cualquier imbécil cree que tiene derecho a opinar, y si sale en la tele mucho más. Y somos todos tan tontos que ni siquiera nos planteamos qué hace ese tipo ahí, quién lo ha puesto, qué intereses defiende o por qué al finalizar el programa aparecen en los títulos de créditos  las marca de las diferentes prendas de ropa que usa... ¿no me digas que nunca te has dado cuenta de esto último? Pues corre a ver si otra te va a quitar los zapatos de A.R.

Nos hemos acostumbrado a legitimar, a dar carta de fe y veracidad, a estos lechuguinos de medio pelo y a estas melindrosas fashion victims. Tanto es así que ahora no somos capaces de librarnos de ellos. Por la mañana nos despiertan sus aspavientos, al medio día nos enferman sus opiniones, por la tarde nos entretienen con los cotilleos de toreros y advenedizas que en nada nos tocan ni nos afecta, y por la noche nos aburren hasta el sopor que nos invita, irrevocablemente, al sueño que nada cura ya. Y suma y sigue en la rueda de la eterna necedad humana, y algún día, con suerte, nos moriremos sin habernos dado cuenta, nunca, de que hemos estado vivos.

Hoy, fíjate bien en esto, que constantemente se reivindica la individualidad, hoy que se huye de los uniformes, hoy que todos te reclaman que seas único, que marques estilo, que seas carismático, epigramático y ático... (Perdón por la intertextualidad con cierto librillo de un tal Muñoz Seca). Hoy resulta que somos más iguales entre nosotros que nunca. ¡Qué tristeza más absoluta me entra al escribir estas letras! Porque siendo todos asquerosamente iguales no conseguiremos avanzar hacia ningún sitio. ¿No me crees? Dos ejemplos; Los que se creen ricos y los que no se creen curritos:
  • Cree el que se cree rico que es el más chulo, que con su dinero lo puede todo y que eso lo hace único y diferente. Diferente para vestirse igual que miles de pijos más, diferente para comprarse el mismo todoterreno inútil que todos los demás, diferente para llevar al niño al mismo falso colegio privado, que todos pagamos, pero que sólo los hijos de estos pijos disfrutan. Diferente para ir igual que todos al Rocío, a la Fería, a su palco en Semana Santa, de montería o a pasear a caballo... como todos los demás pijos del mundo.
  • Cree el currito que no lo es. Y lo cree porque los demás también se lo creen y aspira como todo imbécil a ser un pijo. Cree que porque se puede comprar un BMW, irse de vacaciones un mes al año a Chipiona, y pagar a treinta años su casa completamente reformada ya no es un currito, que es clase media. Pero es un currito igual que todos los demás lo somos, y millones nos engañamos, y cada vez nos parecemos más y más los unos a los otros. Compramos la misma ropa, los mismos zapatos, los mismos coches, y al final todos acabamos pensando igual, respirando igual, opinando igual, cagando igual, pero creyéndonos, en nuestra absoluta ignorancia que somos únicos, diferentes e irrepetibles.

¡Basta ya de tanta mierda! Apaga la televisión y habla con tu vecino, no lo critiques sólo. Habla con tus hijos cuando comas, con ese desconocido que coge el tren todos los días contigo, con tu pareja. Habla, habla y escucha. Habla, escucha y luego piensa. Y sólo así, con un poco de suerte, podremos empezar a despertarnos. Sólo así nuestra conciencia será lo primero que encendamos al despertarnos y último que apaguemos al acostarnos.