8 feb 2012

QUIERO A MI BATIDORA 2.0

Solo no puedes, con amigos sí.



Hace años, cuando era algo más pequeño y mucho más inocente, veía por la televisión, las mañanas de los sábados, ese programa tan rojo, subversivo y antisistema llamado “La bola de cristal”. Allí, entre electroduendes, una Alaska veinteañera, Radio Futura o la Bruja Avería, de vez en cuando insertaban unos pequeños videos. Uno que recuerdo con especial cariño era aquel en el que salía un rebaño de ovejas y una voz decía: “Si no quieres ser como ellos: lee”. Y otro era aquel en el que te recordaban que “Solo no puedes, con amigos sí”. Después, cuando ya calentaba un poco el Sol, mi madre me echaba a la calle. Pero no a la calle de ahora; a la calle de los años ochenta. En el recuerdo aquella  calle se me hace mucho más calle que ahora. Estaba llena de niños con las mismas malas zapatillas deportivas, el mismo chándal azul con rayas blancas cosidas, los mismos pantalones remendados y los jerséis con coderas. No había jardines en los barrios y los que había estaban hechos a golpes de tierra pelada. Había tironeros de bolsos y nadie dejaba la radio en el coche. También había yonkis que se pinchaban en los portales. Los parques mal cuidados estaban llenos de agujas usadas y había que ir con cuidado esquivando las mierdas de los perros. Perros, había muchos perros callejeros, pero cagar en la calle lo hacían todos, los callejeros y los que tenían dueño, ahora también, en eso la calle no ha cambiado mucho.
“Sólo no puedes, con amigos sí”. Parece que eso de alguna manera no sólo me marcó a mí, sino a toda una generación de ahora algo más que treintañeros. Tuvimos nuestras pandillas, íbamos juntos al cine, a las discotecas e hicimos los primeros botellones de la historia… no nos engañemos que eso de beber en grupo y en la calle no es nuevo, y ni los de ahora, ni nosotros lo inventamos, otra cosa es que hagamos por olvidarlo. Pero el tiempo pasa, las panzas crecen y también las deudas, las preocupaciones y la neurosis.
Y nos hacemos cada día más cómodos.
La comodidad es un signo fiel de madurez mal entendida. Nos gusta rodearnos de todo aquello que creemos nos puede ser útil y  nos facilita y ayuda en nuestra complicada vida. La termomix, el iphone, el ipad, el plasma de cincuenta pulgadas, cuarenta pares de zapatos de tacón y veinte bolsos a juego. Un coche más grande que el del vecino para llevar al nene a la escuela y en verano el apartamento en la playa, y en navidades un árbol nuevo y en feria tres vestidos de gitana diferentes y en Semana Santa la peineta mal alta, las patillas más gordas y la cuenta del banco y los banqueros cada cual acordándose de nuestros familiares de diferente modo.
¿Y los amigos? Los amigos se han convertido en esas personas a las que hay que llamar cuando se renueva la cocina, se cambia de coche o se vuelve de viaje para que se arañen la cara con nuestras miserias, con nuestra vida mal entendida a la que todo el cosmos debería aspirar. Los amigos son para eso, para eso y para en un momento de desesperación llamarlos porque se nos cae el pelo del estrés, porque nuestra mujer está amargada con nuestro matrimonio de mentira y quiere irse de casa, o peor, te quiere mandar a vivir con tus padres y quedarse con todo lo que te ha costado una vida y una hipoteca conseguir. Los amigos entonces son unos egoístas porque no están para lo que deben estar, porque pasan de ti y te dan la espalda… porque mejor sólo que mal acompañado, porque todos son unos envidiosos, porque todos quieren ser como tú. Qué pena que no haya nadie que te diga a la cara, y con confianza, lo imbécil que te has vuelto.
Sólo no puedes, y ahora menos.