23 mar 2010

QUIERO A MI BATIDORA XII


Sigamos repartiendo ( 2ª parte )

¿Cuándo el hijo de tu vecina dejó de ser una adorable figurita de Yadró para convertirse en un gilipollas como su padre?

Esta pregunta retórica debería ser un ejercicio de autocrítica para todos. La sociedad es una amalgama informe de gentes; agentes y sujetos pasivos que a su vez mutan de aspecto a capricho. Esto es, todos en algún momento del día, o de nuestra vida, actuamos como agentes sociales, ahora lo soy yo escribiendo este artículo que pretende tocar un poco la moral del que se sienta reflejado, y mañana lo serás tu en la cafetería desayunando criticando estas letras porque no te gusta que te recuerde que tu hijo se ha vuelto un gilipollas como su padre.

Seguimos.

Todos podemos adoptar un papel en el juego social, a parte del que hemos elegido como padres, amigos o compañeros de trabajo, o del que nos ha tocado por azar como hijos, vecinos, o pacientes ciudadanos en la cola del pan, la sala de espera del médico de cabecera o el vagón del  tren que nos lleva y nos trae. Y es en esta asunción de roles donde nuestro compromiso con nuestra forma de ser y de cómo queremos que sea el mundo deben aplicarse. Nos gusta quejarnos por vicio, eso ya lo sabes, y siempre que tenemos oportunidad lo hacemos con la boca grande y llena de palabras y giros que la mitad de las veces ni entendemos. Somos los primeros en quejarnos de lo mal que todo el mundo hace las cosas, yo el primero, y este pensamiento es abiertamente peligroso.. peligroso para ti y para mi porque no hace más que evidenciar lo muy estúpidos que llegamos a ser. Si todo el mundo critica a todo el mundo, el propio que critica también es criticado, luego ¿Quién es capaz en este mundo de hacer las cosas bien? ¿Dios? ¡Ay que me da la risa!

El ejercicio de la crítica debe llevar aparejada una reflexión autocrítica que raramente se aplica. Porque cómo voy yo a equivocarme con lo bien que sé decir lo mal que hacen las cosas los demás... ¿ves porqué tu hijo se ha vuelto un gilipollas? Cree el que critica que se libra de sus propias palabras, pero no se para a pensar (¡Oh pensar! ¡esa cosa gratuita que tanto trabajo cuesta!) que en la generalización de la crítica debe entrar él el primero, y así, siendo sujeto paciente de sus propias palabras puede revolverse como agente de cambio e intentar solucionar el problema que está denunciado. ¿Te has perdido? No te preocupes, no te frustres, hay más artículos en este blog, no se acaba el mundo en este párrafo.

Así pues vamos desarrollando nuestra vida de una forma fácil, cómoda, en cuanto a la asunción de valores a transmitir a nuestro ámbito social y familiar. Elaboramos filigranados artificios sobre cómo deben los demás cuidar a sus hijos, cómo deben de comportarse, cómo debe ser el hijo perfecto, los novios perfectos, la familia perfecta. Damos por hecho que somos los mejor capacitados para tomarnos como referencia de cómo los demás deben articular su vida de, incluso, cómo deben pensar, vestir o cagar, y de cómo deben limpiarse después, si hacia delante o hacia atrás, si doblando el papel cuidadosamente o haciéndolo un gurruñito ¿Cómo lo haces tu? ¿Seguro que es la forma correcta? Me río mucho contigo, no te lo había dicho nunca. Pero me río amargamente porque, en parte, tienes la culpa de que el mundo sea una mierda, por mucho que otros como yo, y otros muchos, nos lo tomemos en serio e intentemos arreglar tus destrozos.

Nunca has aplicado a tu propia existencia ni la décima parte de la mala baba destructiva que gastas con la de los demás, por eso sólo te das cuenta de que el hijo de la vecina se ha vuelto un gilipollas como su padre. Cuando descubras en lo que se ha convertido el tuyo, ya será tarde, y como siempre, buscarás el culpable en los demás. ¡Qué asco me das!

To be continued.


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