11 jul 2011

QUIERO A MI BATIDORA


Tengo un vecino tonto



Hablar de verano y vecinos se está convirtiendo en todo un clásico. Y es que el binomio es poderoso y más, por supuesto, teniendo en cuenta que las temperaturas en esta tierra no son ningún regalo, y por ende, se hace imposible vivir en cualquier casa o piso sin abrir las ventanas, las puertas e intentar pasar el mayor tiempo posible en la calle… ¿y a con quién nos topamos entonces? Sí señor, con nuestros vecinos.
La palabra vecino viene del latín vicinus, que a su vez deriva de la palabra vicus que significa barrio o lugar. Sí, sí, vicus,  como mi apellido, así que fíjate tu por dónde que hasta va a parecer que estoy legitimado para hablar del tema (nada más lejos de la realidad, me temo). Así pues el vecino es, estrictamente, el que vive en una casa junto a la nuestra, aunque nosotros  lo hayamos hecho extensivo a todo la calle, el barrio o incluso el pueblo, ¡así somos de generosos! Y es que para nuestra cultura de puertas abiertas y silla de anea con la fresquita hasta la madrugada los vecinos son una parte vital de nuestra forma de entender el mundo, o como dicen los estirados, de nuestra idiosincrasia andaluza.
El vecino es, no digas que no, como ese primo  lejano que nunca quieres ver en la boda, comunión o bautizo de turno pero que, una vez metidos en harina, no haces por espantar de tu lado porque sabes que, aunque te pese, tienes que convivir de vez en cuando, y a fuerzas, con el pobre desgraciado que ninguna culpa tiene de ser como es y de estar emparentado contigo. Lo que nunca nos atrevemos a pensar es que posiblemente él piense lo mismo de nosotros y también haga de tripas corazón por estar a nuestro lado aguantando nuestras estupideces y miserias. Pero si al leer esto inmediatamente has pensado  -No, yo no. Yo soy fantástico, yo meo Chanel número cinco y cago pétalos de rosa, así que el que le hace un favor estando a mi lado soy yo- no lo dudes más, los cretinos somos el resto de habitantes del planeta que no nos hemos dado cuenta de lo maravilloso que es compartir este universo con alguien como tú, imbécil.
Y es que al vecino, como a nuestros padres, no tenemos la posibilidad de elegirlos. Vienen en el paquete básico de convivencia social. Algunas veces nos acompañan desde que nacemos y son como de la familia, otras llegan y se van (con lo que normalmente dejan un recuerdo agradable, a menos que se dedicaran a joder sistemáticamente, pero como se han ido, mira tú que bien). Si en nuestra vida anterior fuimos de la SS, el karma nos castigará duramente con un vecino rociero, que debe ser considerado peor que una infectación de cucarachas porque nunca sabes cuándo puede sonar el cajón, el tambor o esa flautita odiosa que bien se la podrían meter por […] Otras veces ni nos enteramos de que existen y nos gusta especular con que son de alguna secta, o terroristas en su piso franco, o testigos protegidos de alguna investigación contra la mafia rusa, o simplemente está el piso vacío. Esto siempre suele ser motivo de fardar ante las visitas -¡¡Y no tenemos vecinos!!- a lo que la visita siempre contestará como el resorte de una caja de sorpresas -¡Ah, pues yo con mis vecinos me llevo genial!- Sonrisita,  a otro tema y punto para la que no tiene vecinos, a ver con qué oscura argucia contraatacará la visita, quizá con las notas del niño o el todoterreno nuevo del marido… El ser humano es maravilloso.
Lo que está claro que todos, en algún momento de nuestras vidas siempre decimos aquello de “Tengo un vecino tonto”, y que, por supuesto, habrán dicho lo mismo de nosotros. En nuestra mano está que no nos piten los oídos más de la cuenta. Y no molestar, es una estrategia que siempre nos llevará al éxito. Bendito verano… benditos vecinos!

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