Vida sobre el planeta
Una de las muy magníficas cosas que la crisis nos ha traído, en este
caso se ha llevado, es nuestra preocupación sobre el cambio climático.
¿Increíble no te parece? Quién te iba a decir hace cinco años que el tema
recurrente y preferido de disertación y especulación en los medios
desaparecería como una pelusa de esas que nos acompañan de bajo de la cama,
barrida por el huracán informativo de la precrisis, la crisis y la deseada
postcrisis aún por llegar. Barrida por la destructora maquinaria
político-bancaría que tan bien se está llevando por delante aquello que los
políticos precrisis definían como estado del bienestar…
Ya no hay cambio climático, ¡mire usted qué bien! Y si lo hay a quién
narices le importa.
Por escribir esto mismo hace cinco años seguramente se me hubiera
caído el pelo a manojitos. Las plataformas ecologistas habrían montado guardia
ante la puerta de mi casa para insultarme y tacharme de irresponsable y de
asesino de miles de especies animales y vegetales tan sólo con mis palabras
delirantes y, seguramente, la redacción del periódico, que ahora tienes entre
las manos, tendría que haber hecho un comunicado público afirmando que me
acababan de empalar en una antena, para después cortarme a pedacitos menudos y
enterrarlos dispersos por la geografía nacional enharinados en cal viva…
Así de listos éramos hace cinco años y parece que seguimos siéndolo
igual, o incluso más, ahora. Nada ha cambiado, y si lo ha hecho habrá sido sin
duda a peor, pero no nos enteraremos hasta que, como siempre, sea demasiado
tarde. Los miedos de hace varios años serán el pavor de los venideros cuando
volvamos a comer sin aparentes sobresaltos, sin primas de riesgo sodimizantes,
deudas púbicas y demás zarandajas que, no nos engañemos, cada vez nos recuerdan
más a los cuentos que nos contaban de pequeños… ¡qué sube la prima de riesgo y el estado no puede vender deuda pública!…
y tanto, tanto nos vienen con el cuento que sinceramente, lo han vuelto a
conseguir; nos vuelve a importar un pito la actualidad y los problemas del
mundo, y el día que una cadena de televisión reponga Kung Fu a la hora de los
telediarios se llevará toda la audiencia porque para cuentos chinos que nos los
cuenten los profesionales.
De la civilización a la anarquía más absoluta distan tan sólo siete
comidas. Si no conocías este dato apúntatelo para cuando veas la despensa vacía
y sólo tengas un limón seco en el frigorífico. Siete comidas diferencian a un
ciudadano modélico, como tú o como yo, de un enloquecido salvaje que a golpe de
barra de hierro irrumpe en una panadería para llevarse un mendrugo de pan a la
boca y otro a la de sus hijos. Y esto no sólo lo sé yo, lo saben también los
que mandan, los de verdad, esos que nunca aparecen en televisión pero que ya
por suerte estamos empezando a sospechar por donde pueden estar escondidos. La
mayor enseñanza que de la Francia de 1789 sacaron los poderosos es que si nadie
conoce tu cara tampoco te la podrán separar del cuello el día que busquen a los
culpables del fracaso del sistema y del triunfo de la miseria.
Y aún así seguirá perdurando la vida en el planeta porque no somos más
que un instante en la historia, porque pasará esta crisis y las que están por
venir, y el siglo XXI llegará a su fin, y los problemas seguirán existiendo,
cada cual derivado de sus propias circunstancias. Posiblemente se descongelen
los polos y nos tengamos que ir a vivir a las tierras altas del interior. Quizá
nuevos cambios geológicos modifiquen el perfil del planeta. Quizá llegue el
hombre a Marte. Y seguiremos destrozándonos el uno a al otro, seguiremos
pisándonos por nuestro color, o por la razón que sea, favoreciendo a unos y
condenando a otros porque así estamos constituidos y así quiso el azar
evolutivo que fuéramos: estúpidos y desmemoriados.
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