¿Qué es
la filosofía?
Normalmente
esta pregunta suele plantearse de dos formas diferentes y por dos tipos de
personas igual de dispares. El filósofo la hace de forma retórica, esto es, no
espera contestación porque en el fondo lo que pretende es dar él la
contestación, hacer una reflexión sobre qué entiende él por filosofía, más o
menos como yo estoy haciendo ahora. Y después está el que suele hacer la
pregunta como una chanza, este suele preguntar ¿Y para qué sirve la Filosofía?
Esta pregunta siempre está cargada de segundas intenciones, y normalmente el
que la hace, amén de que sea hecha desde la ignorancia y la necesidad de
conocimiento (la menos de las veces me temo), suele esbozar una media sonrisa
sardónica, algo así como, “¡Ea! ¡Listo! ¡Contéstame ahora si puedes!”
Y es
verdad que como están los tiempos muchas veces contestar a esa pregunta no es
nada fácil si no se quiere ser categórico, o demasiado dogmático o, quizá, algo
grosero. Más bien suele ser una prueba de paciencia y mansedumbre por parte del
pobre filósofo zaherido en su orgullo intelectual. Preguntar a un filósofo para
qué sirve aquello a lo que se dedica es más o menos que querer despreciar,
desde el más absoluto patanismo analfabeto, el trabajo de cinco mil años de
teorías, especulaciones, cavilaciones, disputas, enfrentamientos con los
poderes y el inmovilismo intelectual, lecturas intempestivas y entrega al
conocimiento por el conocimiento sin otra intención que la de poder comprender
un poco mejor cómo funcionan las cosas. No se puede contestar en tres palabras
esa pregunta, no es como preguntar para qué sirve una linterna. De la misma
manera que no es igual iluminar con esa
linterna a una persona enterrada en el derrumbe de un edificio para
poder ayudarla a salvar, que tontear con la misma linterna en un campamento de
verano iluminando cuatro culos desnudos para que los pasajeros de un tren de
cercanías los vean relucir a su paso. No es la contestación la respuesta,
simplemente la respuesta es el hecho de poder formular esa pregunta.
Pero
parece que los patanes analfabetos están ganando esta partida que sólo en sus
cabezas huecas tiene algún sentido. Eliminar la obligatoriedad del estudio de
la filosofía en los planes de estudios de nuestros hijos es acercarnos más y
más a una sociedad vacía, desconocedora de su origen, del porqué y cómo
pensamos, de para qué sirven las palabras, para qué sirve el diálogo, la
reflexión, el enfrentamiento dialéctico… Nada de esto parece que importara ya.
Estamos fabricando cáscaras vacías en las
escuelas, en los institutos, en las universidades, cáscaras que tendrán
más cascaras vacías cuando sean padres. La cruzada por una deseada laicidad en
las escuelas no sólo es quimérica, es blasfema. Cambiar fe por razón es un
modelo harto conocido en la Europa de la oscuridad y la inquisición. Hablar de
libertad desde el catecismo de un credo religioso es como abogar por el uso de
condones caducados y picados para detener las ETS o los embarazos no deseados
en los adolescentes. Es un insulto a nuestra inteligencia machacada.
Y
parece que callamos como infelices mansos castrados los filósofos. Parece que
han conseguido doblegarnos nuevamente. Esta modernidad tecnológica no es más
que el espejismo de una razón débil que cree estar a la vanguardia de los
tiempos, sin saber que no hace más que repetir un modelo fracasado que nunca
nos ha llevado a buen puerto. Por esto, por nuestro orgullo, por nuestro
futuro, por los demás y por los que vendrán, es necesaria la filosofía, es útil
la filosofía y tenemos la obligación de no dejarla caer nuevamente en el olvido
de los tiempos por muy mal que se pongan las cosas. Que se pondrán y todos lo
sabemos.
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