¿Qué
tengo doctor?
No creo
que sea el único al que le pasa, pero estoy un poco preocupado. Por las mañanas
me levanto casi con miedo de encender la televisión o la radio, de revisar mi Twitter,
y por supuesto de ojear los titulares de la prensa diaria, sean del color que
sean y cojeen de la pierna que cojeen.
Pero el masoquista chungo que llevo dentro me obliga, me instiga, y al
final enciendo la televisión, sintonizo la emisora de siempre, ojeo el Twitter
y acabo sentado sobre mis propios ánimos pasando con desesperación los
titulares de la prensa buscando, estúpidamente, aquella noticia tonta diaria; “Un perro portugués le ha salvado la vida a
un gato sin pelo”. O algo de similar trascendencia, porque es lo único que
me recuerda que hay vida después de este esperpento al que, día a día desde
hace años, estamos invitados a sufrir como estatuas de carne al que caníbales
cercenan partes sin que nos podamos defender, sin aspiración siquiera a réplica,
y cada día con menos esperanza de que, de alguna forma milagrosa, la cosa
cambie.
¿Qué
tengo doctor?
Si
fuera 7 de enero el doctor me diría que ese penar que tengo es sin duda la
resaca de las fiestas, que estoy empachado de dulces, de jamón y gambas, de
turrones y vinos, de regalos, fiestas y buenos deseos. Que esto no es nada y
que con unos días de dieta ligera y unos paseítos diarios por el campo todo
volverá a la normalidad… Pero no hace más de un mes que se fueron las navidades
y realmente tampoco fueron tan excelentes como para sufrir depresión
postvacacional. Le echamos buena cara sí, como casi todos los años, pero el
jamón se olió poco y las gambas de lejos. Tampoco los Reyes Magos fueron muy
generosos y los deseos fueron más esperanzas que desiderios de un futuro
halagüeño. No doctor, no estoy empechado de comer. Aunque coincido con parte de
su diagnóstico, estoy empachado sí, pero de realidad.
Empachado
de realidad doctor, y no encuentro el bicarbonato que me haga digerir este sapo
que tengo de okupa en las tripas. Todo me duele, me indigna, me avergüenza y me
hace más y más descreído, si es que esto fuera posible.
¿Pero
sabe doctor cuál es mi miedo real? No tengo miedo de que descubran más
escándalos, más corruptelas, más sobornos, sobres, cuentas en suiza… porque
alguien ha destapado la caja de pandora y esto va a ser una merienda de negros
a la que todos aguardamos con los cuchillos recién afilados. Doctor tengo miedo
a eso que llaman ustedes “infección oportunista”. A esas infecciones que nos
atacan sólo cuando estamos más débiles y vulnerables, cuando estamos fatigados,
cuando no sabemos ya por dónde nos van a dar el palo. Y tengo miedo porque
seguro que hay muchos de estos hijos de puta a los que ya ahora podemos poner
nombre y apellidos que están preparando su ataque, su guerra relámpago. Su
invasión sistémica con la bandera de la dignidad, de la integridad, del trabajo
bien hecho, del patriotismo más chusco y sin sentido, de la unidad de una
nación solo unida por la corruptela de las estructuras políticas. Tengo miedo
porque todos estamos ya hasta las narices de aguantar, pero no todos tendrán la
cabeza fría para detectar a ese lobo con piel de cordero que piensa hacerse un
traje nuevo con nuestros pellejos.
Doctor,
¿hay alguna vacuna para esto? AHH! Que sí la había, pero claro, con los
recortes la han quitado. ¡Suerte a todos!
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