20 oct 2009

QUIERO A MI BATIDORA III

La televisión es un electrodoméstico (2ª parte)

Y allí en el albor de los tiempos televisivos se alzaron voces que dijeron que en toda casa habría una televisión. Y que esto sería bueno, y que así todos lo sabríamos llegado el momento. Y que nuestros hijos aprenderían más rápido, mejor.

Y todos los intelectuales se pusieron a pensar si esto sería verdad, si con la llegada de este nuevo avatar a todos los hogares del mundo moderno, civilizado, llegaría también la felicidad. Y entre pensar y pensar se siguieron sucediendo las guerras y todos pudieron verlas desde sus casas, o por lo menos eso creían. Y llegó el hombre a la Luna, y apiolaron a un vietnamita de un tiro en la cabeza, y otro, no sé quien, se quemó a sí mismo sentado en el suelo. Y todos recordamos a un chico chino con bolsas delante de un tanque demostrando a todo el mundo el enorme y descomunal tamaño de sus gónadas. ¿Pero nos hizo esto más listos, más sabios, más felices? ¿Han aprendido más rápido nuestros hijos, o nosotros mismos? ¿O acaso hemos aprendido a olvidar más rápido, mejor?

Es curioso que cada vez que pensamos, o pretendemos mal pesar, sobre los inconvenientes de la televisión y todo lo que de pernicioso creemos que tiene, siempre esgrimimos el viejísimo y ajado pendón de la protección de la infancia. ¡Estamos destrozando a nuestros hijos! ¡Qué mierda de valores les estamos enseñando! Y suma y sigue con la retahíla que todos hemos escuchado... o arengado. Pero esto es una supina idiotez sólo propia del ser humano desmemoriado. Vamos a ver, tú que tanto te ufanas en desprestigiar a un electrodoméstico, ¿acaso no había ya uno en tu casa cuando naciste? Quizás emitiría imágenes en blanco y negro, quizá sólo podías ver un canal, quizá tardó algunos años en llegar a tu casa, pero no me pretenderás convencer que no lo veías. Que era mucho mejor que ahora. Que no te has pasado nunca las horas muertas delante de la “caja tonta” – y volvemos a dar rango de persona a un aparato eléctrico-. Así que no te des tantos golpes de pecho que Sandocan, Verano Azul, Crónicas de un pueblo o Un millón para el mejor, no son novelas de Oscar Wilde. Y si en tu mente albergas la ingenua idea de que aquello sí era televisión y no lo de ahora, siento decirte que el ingenuo entonces eras tú, y que tu capacidad de juicio se desarrolla con los años. Por esta sencilla regla de tres, tus hijos, esos que ahora flipan con Shin Chan, dentro de veinte años más, serán los que se lamenten de la porquería de televisión que tienen y recuerden nostálgicos las fantásticas parábolas intelectuales de sus ídolos de infancia, por que eso sí que era televisión... ¿Te gusta el pimiento? ¡Multiplícate por cero!

Alguna vez te has parado a pensar lo mucho que nos gusta calentarnos la cabeza de forma gratuita. Mira, deja que te ponga un ejemplo y no desesperes que acabo pronto. Te imaginas llegar a tu casa y antes de sentarte a el sofá encender la batidora. Imagínate dejarla encendida todo el día. Te sientas a comer delante de ella, mientras giran y giran las aspas dentro del vaso de vidrio templado. Te arrellanas en el sofá a descansar pero te pones la batidora encendida sobre las rodillas. Te vas a la cama y mientras la batidora sigue que sigue con su ruido infernal sobre la cómoda a los pies de la cama. Y te duermes, y al despertar la vuelves a encender y vuelta a empezar... Nadie en su sano juicio lo haría, es de tontos, la batidora está para un determinado uso, todos lo sabemos. La enciendes, la usas y la apagas. Lo repetiré: la enciendes, la usas y la apagas. ¿Lo vas pillando? Hazme el favor de pensar en esto, la semana que viene seguiremos, por si no nos ha quedado claro del todo, a hablar sobre mi batidora.

¡OOOHH, CULITO CULITO!

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