Poniendo etiquetas.
Que una persona sea ignorante de tal o cual cosa no debe ser nunca
usado como insulto, burla o chanza. Nunca, siempre y cuando no se presuponga
este conocimiento como premisa necesaria en el desarrollo de la labor de esta
persona. Esto es, si llamo a un fontanero para que me arregle un fuga de agua
lo mínimo que se le exige es que sepa de fontanería lo suficiente como para
arreglarlo, y si monto en un avión lo que esperamos del piloto es que sepa
gobernar la nave lo suficientemente bien como para que yo no me percate de sus
deficiencias y me lleve y traiga adecuadamente a mi destino. Si estas personas
no saben qué sea la prima de riesgo o que a las alcachofas en algunos sitios
las llaman alcauciles no es relevante y, aún siendo ignorantes de semejantes
cuestiones, esa no es razón suficiente para reprocharles nada y aún menos si lo
acompañan de un sincero “no lo sabía”.
Supongo que hasta aquí todos estamos conformes.
¿Cuándo cabe entonces el exabrupto, ligado a la palabra ignorante?
Pues deberíamos hacer dos categorías fundamentales que llamaremos la del
“ignorante satisfecho” y la del “ignorante listo”, a continuación las defino:
El “ignorante satisfecho” es aquella persona que llegando a ser
consciente de su ignorancia se vanagloria de lo poco que necesita del
conocimiento de tal o cual cosa. Este espécimen es muy común y lo podemos
encontrar siempre agitando la bandera de su desconocimiento con comentarios
como: “Yo no sé qué es eso, ni falta que me hace” o “Llevo toda mi vida sin
saberlo y no me voy a preocupar de aprenderlo ahora”. Este tipo de ignorante es
al que normalmente se le alude como tonto, paleto, burro, imbécil, estúpido, y
demás variantes que suelen llevar a la risa y el desprecio condescendiente de
los que están cerca de él, o ella. Suele ser inofensivo y a lo más que llegará
es a pavonearse de su ignorancia. Sus aspiraciones son básicas, que su equipo
gane la liga, una fiesta para celebrar cualquier cosa, un nuevo peinado… o si
es más ambicioso querrá parecerse a Mario Vaquerizo, Kiko Rivera, Belén
Esteban, participar en un talk-show televisivo o entrar en la casa de gran
hermano.
El “ignorante listo” es algo más complejo y peligroso. Esta persona suele
ser consciente de sus grandes carencias pero sabe disimularlas ante la masa. Le
gusta rodearse de “ignorantes satisfechos” que aún sin saber a ciencia cierta
qué los une a él, gustan de su presencia porque no representa una amenaza
aparente y, como los comprende y adula, no faltarán comentarios de los
“ignorantes satisfechos” hacia él o ella del estilo de: “Ese tío es un
máquina”, “No veas si sabe la tía” o “Me entero de todo lo que dice porque
habla como nosotros”. Claro que en verdad lo que no saben es que el “ignorante
listo”, en realidad, no sabe hablar de otra forma, que lo poco que cree que
sabe lo repite mil veces de formas diferentes y que ese aspecto de seguridad
que irradia no es más que una máscara sustentada sobre los sólidos pilares de
su propia ignorancia. ¿Y por qué es más
peligroso? Porque sus miras son más altas y por eso los insultos hacia ellos,
una vez descubiertos, suelen ir cargados con mucha más saña. Estas personas
suelen aspirar al poder, a dominar no sólo a los “ignorantes satisfechos”,
también al resto de individuos que componen la sociedad. Si saben jugar su
pocas cartas los encontraremos siendo presidentes de una comunidad de vecinos,
hermanos mayores de hermandades, líderes de partidos políticos, opinadores
mediáticos, concejales y alcaldes y, por supuesto, presidentes de alguna comunidad autónoma o
de gobierno. No hace falta más que dar una ojeada por los grandes dictadores de
la historia para encontrarnos con estas personas orgullosas de su poder
sustentado en el miedo, la opresión, la incultura, la superstición y el
oscurantismo más profundo.
¿Verdad que mientras leías este artículo te venían a la mente nombres
y caras de tu entorno cercano y de más allá? Ese es el primer paso,
identificarlos, etiquetarlos, el segundo paso aún no lo sé, pero podemos
descubrirlo juntos.
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