11 jul 2011

QUIERO A MI BATIDORA

Esto es lo que hay



Seguro que ahora, con la resaca de las elecciones ya archivada y los ojos puestos en la playa o la montaña, habrá mucha gente que no sea capaz de entender cómo si un partido político fue el más votado, el alcalde, recién nombrado o reelegido de su pueblo o de su ciudad, es el contrario. Pareciera un arte de sortilegio arcano por el cual ganan los que pierden, o que se cumpliese en este caso la máxima de Mateo 20:1-16 “Así los últimos serán los primeros, y el primero último: pues muchos serán los llamados, pero pocos los elegidos.” 

Pero el juego es así, y nunca mejor traído lo de juego, pues como buenos tahúres si se presenta la mano oportuna el que mejor farol se marque será el que se lleve el as. ¿Y qué pinta el ciudadano en todo este trapicheo de trastienda con luz a medio gas del que sólo sabemos cuando le imponen la banda y el bastón de mando al alcalde? Pues pintamos poco, muy poco, yo diría que nada. Pero ¡ojo! ¡todo esto lo hacen por nuestro bien! ¡Ah! Entonces sí doctor, no dude en hacerme la colonoscopia para revisarme las amígdalas, que creía yo que el sentido común tenía algo que ver en todo esto y estaba equivocado, ¡ingenuo de mi!

Así que recapitulemos para ver de qué va todo esto. Resulta que hasta el día de las elecciones los candidatos se despellejaban públicamente los unos a los otros. Se trataba, en pocas palabras, de demostrar lo imbécil que era el candidato contrario y lo listos que íbamos a ser nosotros por votarlo a él, que era el bueno. Debíamos elegir quien iba a ser nuestro representante, primero por las ideas que este planteara en su programa electoral, que ya sabemos son casi todas mentiras pero como buenos humanos nos gustan que nos engañen y más si al final nosotros bailamos con la más guapa. Y después teníamos que elegirlo por ser quien mejor nos representaría y velaría de nuestros intereses en contra del resto de candidatos que, por supuesto, durante la campaña electoral son el demonio personalizado con rabo en punta, tridente y, por supuestos, muchos cuernos. ¡Al enemigo ni agua!

Pero terminado el escrutinio de votos, y comprobado que no existe mayoría absoluta por parte de ninguno de los partidos políticos en contienda, es como si todos los candidatos hubieran pasado bajo el Pórtico de la Gloria en Santiago de Compostela en año Xacoebo. Ahora a todas las cabras y cabrones (comentario no sexista que busca la concordia de género) se les pone cara de galán y buenas mozas a los que arrimarse en busca de coyunto. ¡Qué hermoso es el perdón y qué bien sienta perdonar cuando el plato a compartir es tan suculento! Es en este momento en el que se apaga la luz y se le da una patada al taquígrafo, se despliega el tapete de fieltro verde, se barajan las cartas y se reparten debidamente marcadas por todos los bandos. Aquí ya no importa quien tuviera más votos, sino cuantos necesito para conseguir la mayoría y cuánto estoy dispuesto a ceder. El mejor y más experimentado tahúr se llevará la mano, el más despiadado la mano y el brazo, y el más tonto se quedará en calzoncillos creyendo que ser concejal de transportes es un espaldarazo a su carrera política y el inicio de su ascensión hasta la Moncloa.

Y nosotros mientras pensando en la playa o en la montaña, porque ya da igual, el voto es nuestro hasta que lo dejamos en la urna, una vez allí es del que más partido sea capaz de sacarle. Lo malo es que este año muchísimos no tendrán vacaciones.

UTRERA 2022

Recordemos el 22 de mayo

Hace unos días se cumplió el undécimo aniversario de la debacle socialista en las elecciones municipales y autonómicas del 22 de mayo de 2011. Como todos sabemos, y celebramos, esta fue la fecha de la inflexión de Espáña, el pie para los deseados años de “La esperanza”. Nadie quiere acordarse hoy de los oscuros años del expresidente Zapatero. Pero no está de más, para que no vuelva a repetirse ¡Dios no lo quiera!, que recapitulemos lo que fue ese último y decisivo año de gobierno socialista.
Tras el aplastamiento de los corruptos rojos en las elecciones del 22M, llegó el momento de sacar a flote toda la inmundicia de los ayuntamientos y gobiernos autónomos antes gobernados por las fuerzas bolcheviques. Ayuntamientos como el de Sevilla o Barcelona apestaban a todo aquel que tuviera narices en la cara antes de las elecciones, pero la descomposición del cadáver fue manifiesta cuando se produjo el tan esperado relevo. La bolsa de millones de euros de deuda era semejante al PIB de muchos países en vías de desarrollo, y la erradicación del enchufismo obligó a aumentar varios puntos el altísimo índice de paro nacional hasta alcanzar casi el 32%.
Muchos gobiernos autonómicos intentaron blindar sus puestos políticos antes del 22M. Crearon empresas públicas, órganos donde se duplicaban los organigramas para intentar impedir lo que era evidente. Más del 85% de los puestos públicos “socialistos” fueron removidos de sus cargos, y con más encono todos aquellos que  nunca hubieran trabajado en algo que no fuera un cargo político. La realidad fue la esperada, la mayoría de los cargos políticos no sólo no habían cotizado en su vida ni una sola hora en otra cosa que no fuera la vida política, sino que su formación era absurdamente inferior a la del puesto más bajo que estaba a su cargo. Obviamente estos indeseables, a los que un año después se sumó la Junta de Andalucía en pleno tras la fulminante llegada del Presidente Javier Arenas, crearon ese quiste infecto que aún hoy nos lastra, el tan nombrado “forúnculo socialista” que no es más que una bolsa de parados de bajísima capacitación académica e intelectual imposible de ser asimilada por el mundo empresarial.
El año entre el 22M y el glorioso día de la elección de nuestra lideresa Doña Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, Condesa de Murillo y Grande de Espáña como presidenta de nuestra gran nación fueron llamados los días del “Váyase ZP”. Este recurso ya había sido empleado en su día por el expresidente Aznar para obligar al maligno Felipe González a abandonar, y nuevamente tuvieron que emplearse los mismos términos para erradicar a la peste roja. Durante ese año vergonzoso  no hubo intervención que no fuera acompañada del “Váyase ZP” y claro, como buen ruin ZP no se iba. Era de esperar ya que las ratas no abandonan el barco hasta instantes previos a que este se hunda.
La mesa estaba servida y sólo había que dar el último y decisivo golpe de gracia. Los socialistas lo sabían y por eso propusieron a aquella nefasta exministra de defensa como candidata a la presidencia. Carme Chacón fue el chivo expiatorio de las culpas de la izquierda radical. Creyeron poder revivir después sus siglas y por eso no expusieron al criminal Rubalcaba a la defenestración de las urnas. Pero todos sabemos muy bien lo que vino después. Lo que después pasó en Espáña ya es historia.
¡Viva Espáña! ¡Abajo las izquierdas! ¡Vivan las gentes de bien!

NOTA: Obviamente cuando escribí este despropósito de futurible no se había aún proclamado Rubalcaba como candidato a la presidencia, pero tiene su gracia ver cómo los movimientos políticos son aún más rocambolescos de lo que cabría suponerse. Sea como sea, no deja de tener su gracia. Poca, eso sí, pero alguna ahí.

21 may 2011

QUIERO A MI BATIDORA

Vota o cállate



Que dentro de un par de días todos los ciudadanos mayores de dieciocho años, con nacionalidad española y debidamente censados, tenemos una cita con las urnas todo lo sabemos, hasta aquí nada nuevo. Y que este hecho simbólico y constitucional no va a conseguir cambiar absolutamente nada del dichoso status quo en el que vivimos también lo sabemos, pero es el saberlo lo que nos toca las narices y nos invita a dar una patada a las urnas, al voto, a los representantes de los partidos que con sus identificaciones revolotean junto a las urnitas de metacrilato, a Rajoy, a Zapatero, y a la madre que los parió a todos juntos… y no me digas que más de una vez no lo has pensado, sentido y,  con un par de cervezas de más, hasta planeado en una servilleta de bar. 
Gane quien gane las elecciones no conseguiremos más que, con suerte, tener a otro que nos mangonee, que nos trate con prepotencia cuando le solicitemos una reunión para intentar solucionar un problema vecinal. A otro, o al mismo, soplagaitas inculto e ignorante que puesto a dedo cree que el dinero que gestiona es suyo, y que su criterio es el que rige el cosmos. No te enfades, siempre habrá excepciones.  Siempre puede que el que esté sea un buen alcalde, un buen concejal, o un buen delegado… pero uno, no te confundas. Bueno suele ser sólo uno, los demás, no lo dudes, seguramente sean una bola de arrimados con trajecitos de sesenta euros deseando medrar y pasear delante de las hermandades en Semana Santa e invitar a sus amigos y familiares a acabar con todo el jamón y las gambas de la caseta municipal. ¡Comed cabrones a ver si os sienta mal y reventáis por las costuras!
Así que ahora tú, como yo, como muchos otros, te estarás planteando de qué cojones sirve ir el domingo con cara de buena gente al colegio electoral. De buena gente sí, porque los que vamos nos lo tomamos en serio, nos impone y nos enorgullece el hacerlo, pero claro, o vamos con cara de buena gente creyéndonos la grandeza de la acción demócrata o iríamos con bidones de gasolina a prenderle fuego a las malditas urnas y a esas garitas marrones, viejas e incómodas donde se supone que tenemos que pensarnos a qué fuerza política dar nuestra confianza… ¡Ya!
¿Así que por qué tengo que votar? Yo no sé tu razón ni qué te mueve, pero te voy a contar la mía. Voy a votar para tocarle las narices a los que apelan a no ir, a quedarse en casa y no hacerlo porque no va  a cambiar nada. Voy porque alguien se partió la cara en su día defendiendo mi derecho a hacerlo, y gracias a él y a miles de personas como él puedo hablar sin esconderme, rezar al dios que me salga de los huevos, y no ir a votar si me da la gana. Voy a votar porque no me gusta sentirme como una prostituta que da a su chulo parte del dinero que gana con su esfuerzo tragando bilis sin poder decirle a la cara el asco que le da el tener que aguantarlo. Voy a votar porque es lo único que me legitima para después escribir cosas como este artículo, porque mi voto es un pasaporte a cagarme encima del que salga elegido cuando se descubra que es un ladrón que abusó de la confianza del electorado y que, o esconde muy bien su porquería, o la próxima vez le va a votar su santa madre y su dignísimo padre. 
¿A quién votaré? Seguramente te sorprenda saber que mi voto irá en blanco, pero no te engañes, a pesar de todo, tengo el absoluto convencimiento de que mi voto será el más decisivo de todos. 
Convéncete, el tuyo también puede serlo. Vota, vota o cállate.

28 abr 2011

UTRERA 2011 / QUIERO A MI BATIDORA


¿Cómo saber la verdad?


Preguntar a un filósofo si la verdad existe es como preguntar a San Manuel Bueno, el mártir de Unamuno, si Dios existe. De cara a la galería afirmará la mayor ofendido por el mero hecho de la pregunta. “¿Cómo te atreves tan sólo a cuestionarte su existencia?”. Pero en la intimidad de la sacristía no hará más que cuestionarse qué sentido tiene el afirmar algo que, en el fondo, y no tan en el fondo, no tiene demasiado claro que exista o no, y sobre todo, que aun existiendo sirva para algo.
La verdad, tal como los ingenuos se lo plantean es una cosa, una entelequia, que flota como la espuma de un café capuchino sobre la leche caliente, que somos todos. La verdad es una idea metida en nuestras cabezas no se sabe bien por quién o qué atajo de aburridos aristócratas holgazanes del pasado y que, ya sin remedio, se ha instalado en ese apartado de las necesidades de nuestro espíritu (otra de esas cosas que también está por ver), como el Tuenti para un quinceañero o como el tinte para las presumidas cincuentonas.
Pero la verdad es algo tan intangible y poco mensurable que, sin que nos lo cuestionemos lo damos por cierto y, cuando nos paramos a pensar, siempre acabamos buscando una excusa que culpe a otro por nuestra incapacidad de saber qué narices sea la verdad.
Hace unos días, comulgando en mi parroquia a golpe de tostada jamonera y café con leche fría (ya me resigné a no pedirlo templado porque no gano para quemaduras), me dijo mi confesor que ahora era más feliz (otra palabrita con mucha guasa). Estaba contento, o más bien parecía estar más aliviado que contento.
En el bar en el que suelo desayunar todos los días, aquí, en mi pueblo, han dejado de ver las noticias por la mañana. Y ahora son más felices.
Esto, que podría parecer una broma, o un chiste flojo, es tan real como que se me está llenando la barba de canas. Y lejos de parecer una banalidad, o un chascarrillo mal intencionado por mi parte, reconozco que hay mucho de eso que algunos llaman verdad en esta aseveración.
Nosotros, los humanos, somos unos animales, unos más que otros, que deseamos encontrar la verdad allí donde creemos debe presentarse. Pero los medios de comunicación apestan, unos más que otros, pero eso ya casi ni importa mucho. Ahora donde uno dice negro, el otro lucha por el blanco. Si un  juez condena unos aplauden y otros ven conspiraciones ocultas. Si un político es corrupto los suyos lo rodean con cariño y los otros buscan leña para quemarlo vivo. Todo es un tira y afloja,  un tú mientes al decir que yo no digo la verdad. Así, que va ser cierto eso de que al dejar de ver las noticias en la televisión se vuelve uno más feliz, sea lo que sea eso a lo que llaman felicidad. Porque si de esta estúpida lucha de verdades y mentiras fuésemos capaces de encontrar aquella verdad que más nos sirviera para desarrollarnos y ser mejores, creo que todos estaríamos conformes con el sacrificio. ¿Pero de qué sirve? A nosotros de nada, a los dueños de las cadenas de televisión para enriquecerse, a los políticos para hacernos creer que hacen algo con el dinero de nuestros impuestos. A los periodistas para enfermarse y no poder levantar la cabeza con orgullo por un trabajo bien hecho. Y a la realidad del ser humano para estancarnos en un no se sabe qué, en un desasosiego que nos hace no estar cómodos, no creernos nada, no aceptar nada por miedo a que nos engañen, a desconfiar de los demás y nosotros mismos.
Va siendo el momento de hacer algo antes de que no podemos mirarnos en los espejos.