18 feb 2010

VIOLENCIA DESENFOCADA


Para preparar Factor Humano 2010 “Tiempo de Actuar” me he tenido que meter a bucear en antiguos archivos, y buscando y buscando me he encontrado con un breve artículo que escribí en el 2007 para las III Jornadas Violencia Desenfocada. Creo que no estaba del todo desencaminado y, crisis aparte, no han cambiado mucho las cosas como para dejar olvidado en un cajón estas palabras.

Ahí lo dejo, otro día, con más calma, explicaré más detenidamente qué es eso a lo que llamo violencia desenfocada, de dónde surgió el término y como todos compartimos de él, de una manera u otra.




Reflexiones sobre Violencia Desenfocada.

No es por capricho que tengamos que ahondar en el término violencia desenfocada y sus ramificaciones. Pasado un año desde la gestación de este neologismo, o lo que es igual, de esta forma de denuncia de la realidad, es cada día más importante que etiquetemos y llamemos a las cosas por su nombre. Sabemos que no es fácil imponer un nuevo término o una nueva concepción, pero en el fondo muchos somos los que antes de marcar el epígrafe nos hemos quejado de cómo somos manipulados y nos hemos preguntado qué podemos hacer.

¿Qué es verdad y qué es mentira?

Desde época inmemorial la filosofía ha estado buscando denodadamente la clave que le permitiera tener acceso a la verdad en sí de las cosas, a sus principios motores, a su esencia, a su Arjé. Algunos plantearon esta búsqueda desde enseñanzas míticas y relatos heredados más o menos fantasiosos. Otros encontraron en la razón más sesuda una herramienta a priori óptima, que después, con los siglos y el advenimiento de la ciencia como panacea epistemológica del conocimiento, se vio necesitada de la experimentación sensible. La duda metódica, la razón especulativa, los juicios sintéticos a priori, todos ellos son herramientas que no buscan otro principio que el de la verdad y el qué puedo saber. Pero el mundo que intentaba comprender la filosofía, sus límites, se expandió exponencialmente de tal modo que allí donde ahora tenía que ser infinito el conocimiento necesario para la comprensión del nuevo mundo, se tornó, en un ejercicio perverso, hosco, extremadamente complejo, y poco útil para aquellos que viven rápido, como con miedo a que todo se acabe.

Algunos pueblos antiguos, como los egipcios o los mayas, eran concientes de la mínima huella que un individuo podía provocar en el paso de los siglos. Trabajaban en proyectos comunes y elaboraron sus mundos alrededor de lugares para los demás. Creo que esto hoy es impensable. Hoy todos reivindicamos nuestra individualidad y nuestra unicidad en el cosmos del mercado global. Es curioso, pero reivindicamos una individualidad falsa e inexistente. Nunca hubo tantos patrones comunes en la historia de la humanidad como en el siglo XXI. Podemos comer la misma hamburguesa en China y  en Ecuador. Podemos vestirnos con las mismas marcas de ropa, usar las mismas gafas, ver las mismas películas, navegar en el mismo mundo virtual, y consumir la misma información. Y he aquí un grave problema.

La información es poder, pero ya no es poder para el que la consume, como podría pasar en la edad media con los libros. Es poder para el que la fabrica y para sus colaboradores-patrocinadores-promotores. Es totalmente cierto que los canales de información se han multiplicado al mil por mil con la llegada de la era digital, pero no es menos cierto que también nuestra comodidad, nuestra falta de curiosidad y nuestra indolencia, reduce nuestro ámbito de  información a lo meramente anecdótico, al pantallazo rápido, al telediario de la sobremesa y al mal llamado periódico gratuito que nos regalan en la calle esos chicos y chicas tan simpáticos vestidos con chubasqueros de colores por las mañanas cuando nos movemos por la ciudad.

Así pues es esta información cómoda, barata, poco contrastada y completamente sesgada, nuestro único nexo de unión con la “realidad”. No será difícil inferir entonces que nuestra situación es de total exposición. ¿Es posible que nos estén engañando deliberadamente en algunas cuestiones? ¿Es posible esto sin ser descubiertos? ¿Qué medidas existen para vigilar que yo no sea engañado, que yo no sea una víctima de la violencia desenfocada? ¿A quién le interesa engañarme o violentarme? ¿No será esto una mera paranoia, una idea descabellada y fruto de alguna especulación fruto del aburrimiento? Merece la pena que pensemos un rato.

                       
¿Qué es la violencia desenfocada?

Yo no creo, o por lo menos creo no creer en la existencia de complots mundiales de hombres grises, o en superestructuras de poder con base en el espacio, o archi-enemigos que se dedican a acariciar el lomo de gatos persas mientras sueñan con el fin del mundo. Pero si sé de la existencia de lobbies de poder. De organizaciones más o menos conocidas que dominan, con artes que se nos escapan de nuestros limitados recursos, las economías de imperios. Empresas internacionales que son capaces de poner y quitar presidentes de gobierno y dictar leyes que sólo favorezcan su enriquecimiento pasando por encima del bienestar de la mayoría. En definitiva, no es un secreto que la democracia occidental es en muchos casos un espejismo para ilusos... ¿o alguien creía que me refería a países tercermundistas y sometidos a regímenes dictatoriales?

Día a día, si uno está un poco atento a las noticias, se puede ir trazando en una estadística virtual las fluctuaciones y las oleadas de información sesgada que, tristemente, consumimos como positiva y cierta. No hay que irse a ejemplos de libro como las imágenes de las aves llenas de petróleo que emitieron durante la guerra del golfo haciéndonos creer que sufrían por causa de los vertidos de crudo del satanisimo Sadán en el golfo Pérsico cuando en realidad los pobres pájaros morían en las costas de Canadá (si no me engaña la memoria). No, no hace falta, los ejemplos son mucho más comunes y sutiles. Los telediarios, que debieran ser ejemplo de rectitud y de rigurosidad (Urdaci lo sabe bien) son, si no estamos atentos, un asalto a nuestra paciencia y nuestra cartera. Pareciera que el año no pudiera empezar sin que las rebajas no se anuncien en todos los noticieros, pero claro nunca nos percatamos que siempre emiten estas noticias desde el mismo negocio de banderita verde triangular. Esta marca es quien está detrás de la noticia, pero sólo salen sus tiendas en épocas de festejo y para cosas buenas y divertidas, porque si nos anuncian que sube el pan, la leche o el aceite de oliva siempre saldrá en pantalla otras tiendas de la competencia, o lo que aún es más injusto, los pequeños negocios de barrio. Así que no hay que ser Aristóteles para inferir el resultado del silogismo, ¿verdad? Este es un ejemplo un poco simple, pero, en contra de lo que las telenovelas nos intentan vender, nuestra vida, la del ciudadano de a pie, suele ser mucho más simple de lo que deseamos ¿Pero a qué vienen esas ganas de complicarnos la vida?

Parece que no somos felices, y no nos encontramos a gusto, si no nos complicamos la vida. Así que nos encanta mortificarnos. Los telediarios ya descubrieron esta extraña adicción nuestra así que la primera tanda de información siempre será una buena dosis de miserias, guerras y  catástrofes naturales, y cuanto más lejos mejor. En estas noticias las cifras de muertos bailan como ristras de chorizos y nunca existe ni la menor inflexión en la voz del presentador que denote emoción. Después las noticias nacionales, que por supuesto deben ser sobre cómo el político de turno despelleja a su contrario y cómo esto ya nos suele aburrir nos vamos directos a los sucesos nacionales donde encontraremos la carnaza que necesitamos. Aquí un anciano muerto ahogado por un corte de digestión en una piscina en Benidorm es mucho más importante que los diez mil de una inundación en China, y no faltarán los testimonios suculentos de la esposa, las hijas, las vecinas y si el perro hablara pues ya sabemos quien cerraría el espacio. Pero si el noticiario acabara aquí no habría espacio para que metieran anuncios antes de  las noticias de deportes, así que hay que sacarse de la manga algunas noticias medio simpáticas como la feria de corbatas hechas con queso de Moscú, o el nuevo macro-parque acuático de Pekín, y aunque inauguraran este en mitad de las inundaciones del primer bloque de noticias eso ya no importa porque nadie se acuerda.
Y después los deportes, o el fútbol que es lo mismo. Y aquí ancha es castilla.

Al final y resumiendo, de todo lo que nos han contado, poco o nada nos sirve. Tan sólo nos queda la sensación de que cada día hay más catástrofes naturales por culpa del famoso “cambio climático” y que la inseguridad ciudadana es el pan de cada día. Así que, como no podemos viajar a la feria de corbatas, lo único placentero, y que podemos “controlar” por su futilidad, es el fútbol. ¡Todos somos unos expertos en fútbol gracias a lo bien informados que nos tienen!

Me parece que más o menos se deja entrever en este planteamiento tragicómico a qué nos referimos, en parte, con violencia desenfocada. Si queremos hacer un símil es como si cada vez que viéramos un noticiario (o un documental a pie de calle, o una película con miras críticas, o una revista de actualidad, o un programa de madrugada en radio) nos patearan el cráneo haciéndonos papilla las neuronas. Creemos que el mundo es lo que vemos, pero en verdad no vemos más que lo que quieren que veamos, y ¿quiénes son ellos, los malos?. Esto es lo mejor de todo, porque los malos somos nosotros mismos porque  queremos y  creemos que nuestra vida  y el mundo es tan complicado que al final nuestro refugio es nuestra casita y nuestra televisión y demandamos que nos engañen sin darnos cuenta de que realmente es eso lo que está pasando.

Yo soy de la generación que nació en plena transición democrática. Durante los años ochenta me crié en la calle como todos mis amigos hijos de padres de clase obrera (porque antes existía eso de la clase obrera, a la que ahora la llaman clase media y que no deja de ser el mismo perro pero con distinto collar). Durante los ochenta el consumo de heroína inyectada y fumada era tal que en los bajos de nuestras barriadas los yonkis se inyectaban en pleno día y sin ningún pudor. Las jeringuillas salían por de bajo de las piedras y los tirones de bolso eran el pan nuestro de cada día. Durante mi infancia jugábamos en grupo al “bote”, al “cielo cielito voy”, a la lima, al tropo, a las canicas y cuando queríamos marcha nos juntábamos en pandilla y en mitad de un descampado de obras, entre las jeringuillas y las revistas porno de nuestros hermanos mayores nos partíamos la cabeza a golpe de lluvia de piedras... y aún así conseguí llegar a ser un adulto y no morir en el intento. ¿Qué harán mis hijos?, lo mismo sufrirán vouling en la escuela,  quizá salgan a la calle y lo rapten, tendré que conocer a sus amigos no sea que alguno sea un abusador o sus padres unos pervertidos pedófilos. Por supuesto lo mejor que puedo hacer es comprarle la playstation y que se quede en casita jugando y así me evitaré problemas. Y si veo que está deprimido o estresado le apuntaré a equitación, judo y piano... que triste se me está haciendo hacerme mayor, porque creo que, o me estoy haciendo un viejo cascarrabias, y por eso se me está agriando el carácter y veo como la sociedad se entumece e idiotiza o es que, que creo es lo más trágico, realmente nos estamos idiotizando.

Aceptamos sin rechistar todo lo que nos dicen y no nos preocupamos en lo más mínimo en contrastarlo. Que la tierra se calienta por nuestra culpa... será verdad. Que la delincuencia aumenta de forma alarmante y ni en casa estamos seguros... será verdad. Que los productos con la palabra bio son mejores... será verdad. Que es más importante conocer la vida de la famosa de turno que saber quién fue Newton... será verdad. Que las fajas con imanes son lo mejor para perder peso... será verdad. Que el Amazonas es el pulmón del planeta, que el hombre nunca llegó a la Luna, que la Virgen de Punta Gorda llora sangre...  Y al final todos idiotizados y encerrados en nuestras casas no sea que al cruzar la calle nos caiga un meteorito o nos abduzca un ovni.

Hemos conseguido invertir el eje del consumo, ya no nos venden lo que necesitamos si no que hemos aceptado sin tapujos que necesitamos lo que nos venden. ¿Para qué quiere mi abuelo de noventa años un móvil con 3G si de toda la vida usa el mismo viejo papel para apuntar los números de teléfono, nunca sale de casa, y cuando le llamamos grita desde lejos “ya va, ya va” antes de descolgar la manija del teléfono? Cualquier día volverán a decirnos que la tierra es plana y seguro que más de uno se lo creerá y no dejará a su hijo motar en avión al viaje de fin de carrera a Cancún. ¿Esto parece una broma verdad? También parecía una broma que quisieran sustituir dos mil quinientos años de estudios de biología y el desarrollo de la teoría de la  evolución de las especies por la simplista teoría creacionista en algunos estado norteamericanos, pero hoy ya ha surgido la polémica en Polonia y algunas universidades y escuelas francesas e inglesas, porque ¡oh, sorpresa! Se niega a aceptar la teoría darwiniana porque es más lógico pensar que Dios nos hizo tal cuales que ahora... o sea idiotas.


¿Qué podemos hacer?

Fundamentalmente creo que podemos hacer dos cosas. Una, la primera y más cómoda, quedarnos como estamos. Podemos seguir así, tal cuales y emitir discursos y juicios manidos, repetidos y manufacturados. Al fin y al cabo todo el mundo actúa así y no nos van tan mal las cosas. Y es cierto, no soy yo nadie para sembrar la semilla de la sospecha y hacer despertar al durmiente y además, quién nos asegura que nuestro planteamiento no es más que otro fruto de la contracultura subvencionada por los que todo lo mueven... puede ser.
Pero por si las moscas yo prefiero la opción dos. Aunque menos cómoda, más sacrificada y condenada al ostracismo familiar y de los amigos, es para algunos la mas reconfortante. Y es que en aquellas cuestiones que uno crea que pueden ser determinantes para nuestra vida diaria, en aquellos anuncios alarmistas que nos asaltan de forma repetitiva y machacona desde las administraciones públicas, en todos aquellos mensajes que, aparentemente inocuos, nos generen sospecha y recelo, pongamos un par de signos de interrogación. Nunca está de más darse una vueltecita por la red y hacer algunas búsquedas, preguntar a un amigo, charlar y debatir sobre los temas. Buscar una fuente que nos sea más creíble que un simple hombrecillo gris en la pantalla de la televisión. Ojear algún libro o revisar un artículo. En definitiva, pensar en otras posibilidades, especular sobre qué repercusiones tiene eso que están intentando hacerme creer que es verdad. Es cierto que al principio cuesta, y que puede que te señalen con el dedo como el raro. Pero hay cierta erótica en eso de darle vueltas a la cabeza, de saber que quizá manteniendo una postura crítica sí se sea uno totalmente único, y no una copia tonta y hueca que repite como un papagayo un eslogan viciado que no favorece más que a unos pocos.

Pensar es, sin lugar a dudas, la única herramienta que nos puede ayudar a denunciar que somos victimas, todos nosotros, de la violencia desenfocada, y que aunque tristemente nosotros hemos sido quienes la hemos alentado, también somos nosotros los que podemos reírnos y decir “¡te pillé!”


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